Deborah Warner, en el escenario del Teatro Real
Deborah Warner, en el escenario del Teatro Real - Javier del Real

Deborah Warner: «Para cualquier director de escena, Shakespeare es casi una religión»

La británica dirige en el Teatro Real una nueva producción de la ópera de Benjamin Britten «Billy Budd»

Madrid Actualizado: Guardar
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Deborah Warner (Oxfordshire, Gran Bretaña, 1959) camina por los pasillos del Teatro Real; de pronto, se detiene ante un ventanal desde el que pueden verse, bañados por la vaporosa luz del invierno madrileño, los viejos tejados del centro de Madrid. Se asoma y se vuelve tras unos segundos. «¡España es tan maravillosa!», exclama entusiasmada la que es una de las las más respetadas directoras de la escena internacional, mientras confiesa su envidia a sus interlocutores.

Desde hace algo cerca de dos décadas, Deborah Warner (una de las grandes directoras shakespearianas de nuestros días, y que el pasado año dirigió un aplaudido montaje de «El Rey Lear» en Londres, con Glenda Jackson en el papel protagonista) dedica buena parte de su tiempo a la ópera.

Actualmente se encuentra en Madrid ensayando la producción de «Billy Budd», de Benjamin Britten, que el Teatro Real estrenará el próximo día 31, y en la que Ivo Bolton es el director musical. «He hecho tres óperas de Britten: “The Turn of the Screw”, “The rape of Lucretia” y “Death in Venice” -cuenta Deborah Warner- . La experiencia, el viaje realizado en cada una de las puestas en escena me enriquecieron tanto que decidí que cuando me ofrecieran dirigir cualquier ópera de Britten diría que sí sin dudar. Así que cuando Joan Matabosch me ofreció “Billy Budd”, dije que sí... Aunque sin saber exactamente en lo que me metía -ríe- (jaja)... Pero puedo decir que el proceso ha sido mejor de lo que yo esperaba cuando comenzamos, el 5 de diciembre.

¿Qué diferencias hay entre dirigir una obra de texto y una ópera?

En determinado nivel, tal vez sea algo muy distinto. Pero el material con el que se trabaja es muy similar: Hay que ayudar a grandes intérpretes a ser todavía más grandes; ayudarles a abrir el corazón, y este proceso es igual hagas lo que hagas. La diferencia, en realidad, es cosmética. El trabajo con los actores y los cantantes para aproximarse y profundizar en los personajes y en la obra es básicamente el mismo. La principal diferencia es su distinto nivel de preparación, y por eso a mí me gusta pasar de la ópera al teatro, porque les digo a los actores que no tiene excusa si llegan a los ensayos sin saberse su parte... En el teatro, la costumbre es no aprenderse el texto antes, lo que es un gran error. Pero yo trabajo de igual modo con actores que con cantantes. En los últimos veinte años se ha dado un gran cambio en la ópera, y a los cantantes ya no solo se les exige que canten bien, sino que además sean unos magníficos actores. Eso es extraordinario, y creo que ha ayudado a cambiar el rostro de la ópera para mejor.

¿Opina usted, como otros colegas suyos, que la dirección de escena la marca la partitura?

«No respetar el aliento de Shakespeare o no seguir la partitura es un gran error. Un director tiene que sentir la música junto a él, tiene que sentir que le acompaña»

Completamente. No olvide de que yo provengo del teatro de Shakespeare... Una de las razones por las que no he notado grandes diferencias al saltar a la ópera es porque, según mi experiencia, Shakespeare es también música. Es muy parecido trabajar en el teatro de verso y en el teatro musical. Si yo hubiera trabajado exclusivamente en el teatro de prosa, en obras contemporáneas, encontraría grandes diferencias. Pero estoy acostumbrada al teatro de Shakespeare, que tiene sus propias reglas que un director no puede romper; y si lo haces te caes por un precipicio del mismo modo que si en una obra musical no respetas los tempi. No respetar el aliento de Shakespeare o no seguir la partitura es un gran error. Un director tiene que sentir la música junto a él, tiene que sentir que le acompaña. Es mucho más cómodo para un director estar en una sala de ensayos de ópera que en una sala de ensayos de teatro; en ésta, a menudo no hay nada, y eso es realmente aterrador. La soledad es mucho mayor. A veces estás tú solo con el actor, y tienes que escribir con él su propia partitura. Él escribe su parte y la interpreta en cada representación, pero tú tienes que escribir el tempo. Eso ocurre en el teatro de prosa, no en el verso. No lo tienes que hacer en «El Rey Lear» o «La tempestad», allí Shakespeare lo hizo por ti.

¿Y qué le ha aportado su experiencia en la ópera a la hora de dirigir teatro?

«Hacer una ópera pasablemente bien es peligrosamente fácil para un director. Pero conseguir asombrar al público es muy difícil»

Cuando hace diecisiete años dirigí mi primera ópera y volví después al teatro de texto, lo hice para un gran proyecto -que además pudo verse en Madrid, en el Teatro Español-: «Julio César» para el Barbican Theatre, con cien extras. Nunca lo hubiera aceptado si no hubiera tenido la experiencia anterior en la ópera, no me hubiera parecido posible. La ópera me hizo ser más ambiciosa y atreverme a montajes de gran escala también en el teatro, que no es algo habitual salvo en los musicales tipo «El Rey León» o «Mamma Mia!» Y también, por otra parte, me ha ayudado a sentirme capaz de decirles a los actores que se aprendan su papel antes de empezar los ensayos como hacen los cantantes de ópera. Hay además algo especialmente atractivo y emocionante en la ópera, que tiene que ver con la música; ocurre también en Oratorios como «La Pasión según San Juan», de Bach, o «El Mesías», de Händel, que yo he dirigido. Yo he llorado en la sala de ensayos, cosa que no he hecho en el teatro. Y después de hacer ópera u oratorio he querido llevar esa emoción de algún modo a las obras de teatro que he dirigido. El teatro es en este sentido es más difícil, aunque hacer ópera realmente bien es algo muy complicado. Hacer una ópera pasablemente bien es peligrosamente fácil para un director. Pero conseguir asombrar al público es muy difícil.

¿Cómo recuerda su primera vez en la dirección de ópera?

Estaba muy asustada, pero he de decir que ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Me impresionan mucho los cantantes. Son la mejor gente con la que he trabajado; se produce con ellos una conexión muy especial, muy espiritual. He tenido además mucha suerte con los cantantes con los que he trabajado, porque todos hemos oído muchas historias sobre ellos... (sonríe)

Cita con frecuencia a Shakespeare...

Sí, quizás demasiado -interrumpe-. Vengo de dirigir «El Rey Lear», no es fácil quitárselo de la cabeza...

Hay varias óperas basadas en Shakespeare...

Son óperas que me asustan. Me preocupa sentirme decepcionada por ellas. No me gustaría hacer «Macbeth», prefiero hacer el texto.

¿Shakespeare es una especie de religión para los directores ingleses?

«La Royal Shakespeare Company es muy conservadora en sus puestas en escena y no es en ningún caso pionera en la experimentación con Shakespeare»

Creo que es una especie de religión para los directores de escena en general... Los mejores montajes que yo he visto de Shakespeare en los últimos años los han hecho todos directores no ingleses. En los años sesenta y setenta se hicieron en Inglaterra producciones de Shakespeare que son el mejor teatro que se ha podido hacer jamás; soy muy afortunada por haber nacido al teatro en ese contexto. Los últimos años sesenta fueron los más interesantes; en aquel momento, en la Royal Shakespeare Company había un increíble deseo de experimentación. Pero hoy en día no ocurre: hoy la compañía es muy conservadora en sus puestas en escena y no es en ningún caso pionera en la experimentación con Shakespeare, a pesar de que es un autor que permite investigar y ensayar con su obra como ningún otro, con sus finales abiertos. Volviendo a su pregunta, si Shakespeare es una religión para mi, diré que creo que los dramaturgos que, como Shakespeare, se han acercado a la búsqueda espiritual del hombre son ellos mismos espirituales, lo reflejen o no en sus obras (Bach, evidentemente, es profundamente espiritual en el sentido cristiano de la palabra). Y Benjamin Britten, por ejemplo, es profundamente espiritual, y su obra es conmovedora. Resulta sorprendente, pero lo es.

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