Andrés Marín, en su espectáculo «Carta blanca»
Andrés Marín, en su espectáculo «Carta blanca» - AFP

El universo Marín

«Carta blanca» es un montaje en el que el bailaor asombra al público en cada paso

SEVILLA Actualizado: Guardar
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«Carta blanca» es justamente eso, la libertad que se ha dado Andrés Marín para crear un universo nuevo y absolutamente privado, en el que nos ha dejado entrar por un momento. La Bienal presenta así uno de esos espectáculos en el que hasta el público no es el habitual del flamenco. Incluso se nos avisa que, «este espectáculo carece de programa detallado por indicaciones de la compañía». Allá que vamos.

No, no es una obra para todos los públicos. El arte no tiene porqué ser siempre lo mismo, porque entonces en lugar de arte, se convierte en repetición, y eso puede acabar incluso con la Humanidad.

«Carta blanca» es un montaje que asombra a cada paso. Al intentar acceder al patio de butacas nos recibe a modo performático una flotilla de barquitos de papel puestos en la misma entrada de la puerta.

Marín nos obliga sortearlos para entrar. Fue el domingo por la noche y el teatro Central abrió absolutamente su escenario. Sin hombros, absolutamente desnudo, el espacio está rodeado de 26 platillos. Muchos elementos en el escenario que el bailaor va incorporando de manera fascinante a su baile.

Pero Andrés Marín no está sólo, sería imposible hacer lo que ayer nos presentó sin los que también están en el escenario: José Valencia y Segundo Falcón, al cante; Salvador Gutiérrez, guitarra flamenca; Daniel Suárez, percusión; Javier Trigos, flauta y clarinete y Raúl Cantizano, guitarra eléctrica y zanfoña. La banda musical que componen estos intérpretes es de una calidad y originalidad extraordinaria.

Marín baila con la guitarra eléctrica; hace dúos con la flauta y el clarinete; zapatea con la percusión; remata con la zanfoña y sobre todo, le baila al inmenso cante de estos dos monstruos cuya afinación supera cualquier dificultad e instrumento.

Romances, pregón, caña, seguiriya, bulerías al golpe, farruca..., pero al estilo de Marín, a veces irreconocible en un primer momento porque quiere el bailaor que escuchemos el silencio.

Su baile se basa en el zapateado fluido e hipnótico, pero también en los remates con los brazos. Se sienta como Nijinsky y sube el brazo con la mano plana, justo como la imagen del mítico bailarín ruso. Aparece la flauta y la música de «Apres midi d'un faune»..., pero no se queda ahí y cogiendo unos grandes cencerros baila sometido a ellos en su espalda mientras Falcón le canta. Se encierra en un cuadrado y Valencia le reta por bulerías y ahí va Marín.

Marín se ha fijado en todos y en todo: Escudero, Faíco, Farruco, Nijinsky, Attou..., y en la libertad que se ha permitido, se convierte en personaje de la Comedia del arte o se refugia tras telas transparentes.

Marín ha escuchado, ha visto y ha leído y después ha creado este fascinante y propio universo sin perder de vista la tierra donde firmemente tiene sus raíces en el flamenco.

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