Guillem Gisbert (segundo por la izquierda), junto al resto de miembros de Manel
Guillem Gisbert (segundo por la izquierda), junto al resto de miembros de Manel - ABC

Manel: «No vamos a dedicarnos a la música toda la vida»

El grupo catalán presenta su último disco, «Jo competeixo», en Madrid. «Al día siguiente de tu primer aplauso te preguntan por la presión»

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Manel lo volvió a hacer. Su cuarto y último álbum, « Jo competeixo» (Warner-Discmedi, 2016), se colocó también en el primer puesto de la lista oficial de ventas de España, según publicó Promusicae en abril. Se convertía así en el primer grupo de la historia que, cantando en catalán, consigue tres números uno consecutivas en el país… sin levantar apenas polvo a su paso, como si la cosa no fuera con ellos.

Estos cuatro exalumnos del colegio Costa Llobera de Barcelona (Arnau Vallvé, Martí Maymó, Roger Padilla y Guillem Gisbert) supieron huir de las trampas del éxito y el «marketing», evitando saturar a sus seguidores con apariciones públicas y respirando lo necesario como para escapar de la locura que generó su debut, «Els millors professors europeus» (2008), que vendió 36.000 copias, rompiendo todas las previsiones: «A todo el mundo le pilló por sorpresa.

A nosotros, a la discográfica... No se puede hacer ningún tipo de comparación con lo que ocurrió, fue una excepción. Tuvimos esa suerte», asegura Gisbert, guitarra, cantante y compositor de la música, sobre un éxito que podría haber hecho trizas la integridad de cualquier grupo, pero que ellos supieron manejar con naturalidad, marcando los ritmos. «Las cifras de ventas son cosas que ocurren en otro sitio y de vez en cuando te informan. El grupo se dio cuenta de que la cosa funcionaba en los conciertos, porque comenzamos a tocar fuera de Barcelona, donde no conocíamos a nadie y, de repente, 800 personas en la sala», recuerda.

Ahora presentan «Jo competeixo», su disco más inquieto y arriesgado hasta la fecha, para el que por primera vez en su carrera han dejado la producción en manos de otra persona, Jake Aron (Grizzly Bear, tUnE-yArDs o Yeasayer), y se han dado el lujazo de ir a grabarlo a Estados Unidos.

Cuando debutaron en 2008, la crisis discográfica ya se había instalado. ¿Marcó eso al grupo?

En nuestro caso no había ningún tipo de ambición profesional ni pensamiento de que fuese a durar mucho, pero sí creo que ese hecho nos marcó bastante estilísticamente, en el sentido de que, en 2008, con la crisis discográfica, comenzó a salir aquello de hacerlo todo muy casero, ese folk pequeño grabado en casa. Eso sí lo veo en el primer disco. Sin embargo, nosotros al final utilizamos el sistema de distribución de una discográfica, Discmedi. Eran los últimos coletazos de esa industria, pero allí nos metimos.

¿Nunca se plantearon la autoedición de sus discos de manera independiente?

Sí, pero llegamos a la conclusión de que no teníamos mucha relación con esa cultura de la autoedición. Yo tenía colegas que me animaban a ello, pero a mí lo que me apetecía era hacer la música y no quería dedicarme a esa parte empresarial. Me parecía bien que otra gente se encargase de ello. Y en ese momento era una cosa menos común de lo que es ahora. Así que mandamos maquetas a varias discográficas y, hasta que nos fichó Discmedi, muchas nos dijeron que no. Además, no digo que nosotros tuviésemos inseguridades con el disco que habíamos hecho, pero el interés de una discográfica, que te diga que es publicable, de algún modo te legitimaba. Eso es algo que, afortunadamente, ha cambiado muchísimo.

¿A qué se dedicaban antes de 2008?

Yo llevaba la prensa de una editorial, RBA. Martí, el bajista, eran técnico de sonido. Roger había estudiado cine y era guionista, mientras que Arnau trabajaba bastante de batería y de productor musical. Así que Martí y Arnau tenían ya cierto bagaje en el mundo de la música y Roger y yo, no.

A pesar del éxito de ventas y crítica, transmiten mucha tranquilidad, como si nada de eso fuese con ustedes. ¿No han sentido ningún tipo de presión en estos ocho años?

Hay una parte de presión interna por hacer las cosas bien, pero no porque luego vayan a tener una repercusión a nivel de público. Con este tema ocurre algo muy raro y es que la primera vez que alguien te aplaude, al día siguiente alguien ya te pregunta por la presión que ha ejercido ese aplauso. Entonces yo pienso: «Vale, pero vamos a disfrutar un poco del aplauso». Es una reacción muy primitiva y automática la de pensar: «Hostias, está pasando algo bueno, cuidado que lo puedes perder». Pero si la próxima cosa no gusta, no pasa nada, estamos hablando de canciones, no de una cosa importante. No vamos a dedicarnos a esto toda la vida...

¿Por qué? Mira Serrat...

La onda expansiva de la música de Serrat no tiene nada que ver con la nuestra. Cuando uno hace discos tiene que asumir el riesgo de que lo que está haciendo pueda no gustar a un número de personas lo suficiente grande como para ganarte la vida con ello. Pues, bueno, ya buscaremos otra cosa. Tampoco sé si me apetece seguir haciendo lo que hago ahora los próximos cuarenta años. Hay que dejarse llevar. Y entiendo que si algo no tiene el trabajo de músico es solidez, aunque nosotros hemos sacado el cuarto disco hace poco y estoy muy relajado con las canciones, sin darle demasiadas vueltas al tema. Y creo que está bien así.

O sea, que no tiene un plan b por si esto se tuerce...

No. Yo empecé en esto con 27 años y ahora tengo 35. Me lo he pasado muy bien, he disfrutado mucho y a medio plazo creo que lo voy a seguir haciendo. Pero también hay una rutina en esto de coger la guitarrita, cantar, escribir, quedar con tres personas… y me doy cuenta de que voy a hacer otras cosas a lo largo de la vida. Además, el trabajo de la música suele ir ligado de manera muy clara a la juventud. Cuatro chavales en una furgoneta dando vueltas por el mundo cantando canciones de amor… supongo que buscaré otras cosas algún día.

Cuatro discos después parece que han superado el debate inicial sobre cantar en catalán. ¿A usted le llegó a cansar esa cuestión?

Más que cansarme, me sorprendió. Para nosotros cantar en catalán no era un decisión que hubiésemos tomado, sino algo natural. Nunca hubo un momento en el que tuviéramos de decidir entre el catalán o el castellano. Era el catalán, evidentemente, porque es el idioma en el que nos comunicamos los cuatro y en el que hablamos con nuestras madres. Y para el tema de las letras, necesitas dominar la lengua, y si alguna lengua dominamos nosotros es el catalán. Por eso nos sorprendió.

¿Y la reacción del público que no entiende el idioma es igual?

En Nueva York, Madrid y otros sitios en los que hemos viene gente que me dice que le encanta nuestra música aunque no entienda la letra o que está aprendiendo catalán porque nos escucha. Me parece cojonudo. Yo he escuchado a Negu Gorriak o Mikel Laboa a tope y no me enteraba de nada.

¿Qué estímulos nuevos han encontrado desde el anterior disco para que hayan cambiado el sonido en «Jo competeixo»?

Utilizamos una lista de Spotify en la que llegamos a añadir hasta 250 canciones que íbamos escuchando. Por ejemplo, a mi desde hace un par de años me gusta mucho el último disco de Vampire Weekend, que tiene una producción muy trabajada que nosotros nunca habíamos buscado. Esa fue la razón por la que luego contactamos con Jake Aron y nos fuimos a grabar a Nueva York. Nosotros siempre lo habíamos hecho todo muy natural y a mí incluso me molestaba cuando me ponían un punto de reverb. Ahora decidimos hacer todo lo contrario, meter producción de verdad.

En esa búsqueda de nuevos sonidos les he escuchado hablar de artistas tan dispares como Herman Düne, Carlos Cano o Marc deMarco. ¿Hasta dónde llegan su gustos musicales?

No sé hasta dónde llega nuestro universo, pero intentamos que sea lo más amplio posible. Carlos Cano, por ejemplo, entra dentro de él. A mí me pueden gustar muchas canciones de los grupos de género, pero al final suelen aburrirme, porque hay una especie de barniz que lo homogeniza todo. En nuestro caso intentamos que eso no pase y que las canciones sean variadas, lo que implica ir cambiando mucho de influencias. De momento nos ha funcionado ir picoteando de cosas distintas para divertirnos y llevarlo luego a nuestro terreno. Eso significa que, quizá, no hacemos nada muy bien. A mí por ejemplo me han gustado siempre mucho los Silver Jews, haciendo lo suyo son muy buenos y tienen temazos, pero su producción es siempre la misma siempre. Eso es cojonudo, pero nosotros no podemos hacer un disco entero así. Tenemos una visión un poquito más amplia y nos sale lo que nos sale, utilizando el pop como cajón desastre.

¿Qué otras canciones o grupos había en esa lista de Spotify?

Que ahora recuerde, por ejemplo, canciones de la Mala Rodríguez, el cantautor catalán Ferran Palau, Talking Heads, Lee Hazlewood, algo de The Kinks...

¿Lo de ir a grabar a Nueva York era un lujazo que querían darse?

Nos apetecía mucho la experiencia en sí, más allá del estudio y del productor, y creo que al grupo le vino bien. Pero cuando encontramos a Jake, podía haber vivido en Brooklyn, Ámsterdam o Manchester y, al final, era más importante el productor que el hecho de ir a Nueva York. Cualquier sitio que no fuera el estudio de siempre nos venía bien.

«BBVA», aunque pueda parecerlo, no es una canción contra el mundo financiero, sino el relato de un atraco. ¿Nunca han tenido la necesidad de hablar de aspectos políticos o sociales en las canciones?

Yo ni siquiera tengo necesidad de escribir canciones. El mito este romántico de sacarte una cosa que llevas dentro escribiendo canciones a algún compositor le ocurrirá, pero en general la cosa indispensable para escribir una canción es querer escribirla, no necesitarlo. Y yo, queriendo escribir canciones, no me han salido esos temas. A lo mejor llevo ocho años contando las mismas cosas, y no creas que no me jode. Pero al final, uno hace lo que puede y le gusta, aún sabiendo que la situación es lo suficientemente grave. ¿Por qué a los músicos sí le pregunta eso y a un director de cine o a un novelista no?

Ver los comentarios