Vargas Llosa y Orhan Pamuk, ayer en Madrdi
Vargas Llosa y Orhan Pamuk, ayer en Madrdi - ÓSCAR DEL POZO

Mario Vargas Llosa y Orhan Pamuk, radiografía de un Nobel

Ambos escritores destripan su técnica de trabajo en la clausura del seminario «Cultura, ideas y libertad»

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No existe una fórmula mágica que convierte un escritor ramplón en un premio Nobel de Literatura, pero sí hay ingredientes imprescindibles; miguitas de pan que escritores como Mario Vargas Llosa y Orhan Pamuk parecen haber seguido en su camino a la cima. La conversación entre los dos autores fue la sobremesa de un cumpleaños que se ha extendido como una boda gitana. Los dos clausuraron el seminario «Mario Vargas Llosa: cultura, ideas y libertad» iluminando el camino que separa una idea más o menos buena de un libro admirado en medio mundo.

A pesar de la distancia entre Turquía y Perú, en las vidas de Vargas Llosa y Orhan Pamuk hay un origen común y senderos diferentes. Vargas Llosa viajó a París convencido de que allí lo aprendería todo mientras que Orhan Pamuk, nacido en el seno de una familia burguesa, le bastó con arrasar la librería de su padre, que estaba repleta de autores franceses.

«El Perú de mi infancia y mi adolescencia –comenzó Vargas Llosa– era un país muy aislado culturalmente. En el Perú no sabíamos qué se estaba escribiendo en Colombia o en Ecuador. Yo no me sentía latinoamericano, soñaba con ir a Francia. Creía ingenuamente que necesitaba llegar a París para ser escritor de verdad. Sin embargo, fue muy interesante descubrir cómo en Francia endiosaban a autores latinoamericanos como Borges, cuya grandeza descubrí allí. De hecho, la primera vez que leí a Gabriel García Márquez fue en francés».

El contacto de Orhan Pamuk con Francia fue distinto. Casi todos en su casa eran ingenieros civiles y le decían, con cierto desdén, que él sería «artista». Decidió ser novelista a los 23 años, cuando ya cargaba con una generosa mochila de autores franceses y latinoamericanos. «Ellos me enseñaron a ser un hombre de izquierdas pero al mismo tiempo ser creativo», dijo, pues sus amigos le acusaban de burgués. «Yo quería escribir mis novelas desde casa».

Ecuación talento-trabajo

«Yo no tenía conciencia clara del escritor que quería ser», replicó Vargas Llosa durante el acto celebrado en Casa de América. «Me desmoralizaba mucho darme cuenta de que no era un genio, que no tenía facilidad para escribir y que me costaba muchísimo redondear una frase. Yo no quería ser un escritor mediocre. Pensaba que no tenía facultades. Entonces leí la correspondencia de Flaubert y vi que en su juventud era malo, un escritor reflejo, pero reemplazó el talento con el trabajo, llevando una vida de monje dedicado a mañana, tarde y noche a corregir de manera enfermiza cada frase, cada palabra». Y en él se inspiró.

Para Vargas Llosa, el sendero que va de la imaginación a un libro de éxito es misterioso: «Tiene cosas que no termino de entender racionalmente. La idea me viene generalmente por algo que me ha ocurrido: a alguien he conocido, algo he visto o algo he leído. Eso toca algún nervio y hace que comience a fantasear un argumento. Luego me doy cuenta cuando llevo días o semanas dándole vueltas a lo mismo. Y empiezo a tomar notas», resumió.

Al final, cuando se quiere dar cuenta está trabajando a destajo en el libro: «Yo lo comparo con tener una solitaria (un parásito que devora todo lo que come y bebe el afectado). Cuando una historia ha despegado, yo, como la víctima de una solitaria, empiezo a trabajar para esa historia las 24 horas del día. Estoy como un espía viendo la vida de manera interesada. A ver qué cosas puedo utilizar para la historia en la que estoy trabajando. Es una subordinación y una vigilancia permanente para tomar aquello que me puede servir en la novela que estoy escribiendo».

Al final, el método de Vargas Llosa no difiere mucho del su admirado Flaubert, que hizo de la vida monacal la clave de su éxito. «Él trabajó como un verdadero galeote de la pluma para construir su propio talento», recordó el Nobel.

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