Miqui Otero nos descubre el secreto de la risa y de la sonrisa de Eduardo Mendoza
Miqui Otero nos descubre el secreto de la risa y de la sonrisa de Eduardo Mendoza - AFP

Eduardo Mendoza y el Cervantes del buen rollo

El escritor ha pasado, como le sucedió al personaje en una de sus aventuras, «de agudo observador a perplejo protagonista»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Decía Raymond Chandler sobre los detectives privados que «si hubiera bastantes hombres como ellos, el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir, y sin embargo no demasiado aburrido como para que no valiera la pena habitar en él». La cita se ciñe como un mitón no sólo a Eduardo Mendoza, sino también a su detective manicomial. Ahora el escritor ha pasado, como le sucedió al personaje en una de sus aventuras, «de agudo observador a perplejo protagonista».

Ya le había sucedido en otras ocasiones, como cuando en su juventud tradujo un encuentro entre Felipe González y Ronald Reagan. Esta vez lo ha hecho después de atravesar algunas crisis recientes, aunque escribió en un libro que a él no le gusta el verbo atravesar aplicado a las crisis, porque, como nos sucede ahora, «nada hace prever que vayamos a salir por el otro lado».

Mendoza ha ganado el Cervantes y lo que le gusta a Mendoza de Cervantes, me dijo un día, es que sus Novelas Ejemplares «son ejemplares por el buen rollo»: «Piensa también en Don Quijote: si nos han pegado pues nos levantamos, nos subimos al caballo y seguimos». Y el nuevo premio Cervantes es ejemplar porque demuestra que solo no se es pedante bailando o riendo con ganas. Por enseñarnos que la sátira, al contrario de los escupitajos, se lanza de abajo a arriba. Porque sabe, como Jardiel Poncela, que ante este planeta hecho unos zorros solo cabe decir algo: Miau.

La risa, postura filosófica

Porque sus textos Pepsicola efervescen incluso cuando son oscuros y porque, como dijo otro, «el mundo puede ser dramático, pero no es serio». Porque, como afirma un personaje de «La verdad sobre el caso Savolta», hay infinitos tipos humanos, pero solo media docena de caretas. Y hay que detectar la hipócrita en el otro y ponerse uno la sonriente aunque quieran partírnosla.

Porque sus libros se infiltran en los programas académicos para que los adolescentes descubran que la risa es una postura filosófica ante el mundo (muy sana, por cierto). Porque generan nuevos lectores (y, en mi caso, vocaciones). Porque cuando algún insensato detecta en lo que yo escribo un eco remotísimo de su talento me siento como si dijeran que George Clooney va a interpretarme en un hipotético (y más que improbable) biopic sobre mi vida.

Porque llevamos años recomendando sus libros como si nuestro nombre fuera Mr Smith y fuéramos puerta a puerta intentando endilgar un libro de los mormones. Un libro con muchos secretos. O con el más importante aquí y ahora: el secreto de la risa y de la sonrisa de Eduardo Mendoza.

Ver los comentarios