El Partenón de libros de Marta Minujín
El Partenón de libros de Marta Minujín - Reuters
ARTE

Títulos de trabajo en la documenta de Kassel

Este fin de semana arranca el proyecto estrella del verano artístico: la documenta, en Kassel, en la que es su 14ª edición. La cita invita a volver a los valores de la Atenas clásica, tras recalar allí. Los artistas prefieren reflejarse en la Grecia del rescate

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A lo mejor no es casualidad que la documenta de Kassel (ojo a la «d» minúscula, tan simbólica que escama un poco) naciese en 1955 como evento paralelo a la gran Exposición Nacional de Jardinería que venía celebrándose tradicionalmente en la ciudad para regocijo de la Alemania burguesa y biempensante. Al artista local Arnold Bode se le ocurrió que quizá podría aprovecharse la afluencia de gente y la atención del país entero para mostrar también un panorama de obras de la Modernidad «clásica» (en ese momento, el acento aún no se ponía en el arte contemporáneo o creado para la ocasión, como vino a ser más adelante). Una Modernidad tachada de «arte degenerado», y cuya recuperación casaba bien con el programa de desnazificación en que estaba inmerso el país desde el final de la guerra.

El éxito fue monumental: mostró que en la Alemania Federal había una clase media no tan interesada por petunias y rosaledas como deseosa de retomar su lugar en el concierto mundial de las burguesías ilustradas, y un país y unos políticos muy dispuestos a lucir un rostro cultural nuevo mediante un evento artístico ambicioso, una especie de madre quinquenal de todas las bienales que pronto, muy a la alemana, se ganó apelativos wagnerianos como el famoso «Museo de los cien días».

No tan modesta

Desde entonces, lo único que no ha crecido en este mastodonte cultural con cierta tendencia a la automitificación (o la grandilocuencia) es la minúscula obstinada señal de modestia que a veces suena casi como una «excusatio non petita». El Fredericianum se quedó pequeño ya desde la segunda edición y las obras y artistas se desperdigaron por la ciudad; Joseph Beuys, los chicos de Harald Szeemann, la manada de los Nuevos Salvajes y otros machos alfa del arte mundial se fueron sucediendo y campando a sus anchas en sus inicios; los presupuestos, la burocracia y la logística fueron inflándose (Roger M. Buergel, director artístico en 2007, recordaba que de los apabullantes 19 millones de euros de su presupuesto sólo dos se dedicaban a la exposición propiamente dicha); su primera directora, Catherine David, amplió aún más sus ambiciones en 1997, cuando impuso una visión más documental y menos lúdica que afrontaba sin rodeos la nueva situación histórica tras la caída del bloque comunista y la globalización. Describió su selección co- mo un «cuestionamiento crítico de la actualidad: la última documenta del siglo debe asumir el deber de lanzar una mirada crítica sobre la Historia y lo que moviliza la cultura y el arte contemporáneos: memoria, reflexión histórica, descolonización y des-europeización del mundo», en el contexto del «colapso del comunismo y la brutal imposición de las leyes del mercado».

Esa visión (y selección) más rigurosa se ha vuelto casi de rigor desde entonces en Kassel. A la documenta se le da por supuesto un carácter «político» y un interés por la incidencia real que el «arte de ahora» pueda tener en el «mundo de ahora», y, junto a su tendencia al crecimiento ambicioso, ha llevado al director Adam Szymczyk y a su equipo internacional de comisarios a salirse por primera vez de Kassel (y de Alemania) y a proponer una sede doble para la muestra, compartida con Atenas.

La idea de invitar a los artistas a dividir su esfuerzo para dos sedes es interesante

El título mismo, «Aprendiendo de Atenas», hace hincapié -como la minúscula de marras-, en la voluntad de modestia, anti-autoritarismo y provisionalidad que subraya aún más una apostilla «ad hoc», «título de trabajo», convenientemente presentado en todo el material gráfico institucional con una tipografía y un color distintos y aparentemente improvisados.

«Aprendiendo de Atenas»: la ironía en el título no escapará a nadie que haya seguido los vaivenes de la UE en los últimos años. Desde luego que su núcleo duro y ultraliberal, capitaneado por la Alemania de Merkel, se ha empeñado en hacernos aprender de Atenas a todos los países miembros. Grecia, sus rescates, su Memorándum, sus crisis de gobierno y de representatividad, se han usado como fábula disuasoria y escarmiento en cabeza ajena, como barbas vecinales que otros países PIGS hemos visto pelar en directo mientras remojábamos las nuestras: Grecia como alumno díscolo al que se castiga como ejemplo y por su bien; Grecia como territorio comunitario y, a la vez, frontera externa y Estado-tapón frente a las oleadas de refugiados. Más que esa des-europeización del mundo que propugnaba David, quizá ha llegado el momento de re-europeizar Europa.

Relatos moralistas

Así que el traslado parcial de la sede de la documenta al epicentro de ese cuento amenazador será útil, al menos, para recordar que podemos «aprender de Atenas» de muchos otros modos: aprender a desactivar ese tipo de relatos moralistas Norte/Sur; aprender cómo una sociedad civil enfrentada a dinámicas supranacionales de presión y «recompensa» puede armar recursos alternativos y núcleos de resistencia; re-aprender, en fin, lo aprendido de Atenas desde hace más de 2.000 años por una Europa que se precia de valores atenienses sin respetarlos siempre.

La idea de Szymczyk y su equipo, al invitar a los artistas a dividir su esfuerzo y concebir obras para ambas sedes, es interesante: fomentar una conexión mental entre lugares distantes pero mucho más interdependientes de lo que los relatos neo-nacionalistas querrían hacernos creer; forzar una sensación de «ausencia» que traspase fronteras físicas y mentales; transformar la visita a una muestra estática en un ejercicio mental dinámico, en un viaje con la razón y la imaginación a caballo entre lo que se ve y lo que se sugiere, en una línea caliente de comunicación entre las dos sedes que sirva de emblema a la urgencia de una recomunicación entre europeos y extra-europea.

Precedida por la inauguración de Atenas, hoy se abre al público la visita a la otra mitad del evento, en las sedes del Kassel de siempre. Como cada cinco años, el mundillo del arte globalizado buscará concienzudo (o casi) sus más de treinta localizaciones y a sus 160 artistas según un recorrido propuesto que arranca en la vieja KulturBahnhof y acaba en la Torwache, en lo que fueron las puertas inacabadas del perímetro de la ciudad. Pasarán ante el Partenón de los libros reconstruido por Marta Minujín para la ocasión tras su primera encarnación en Buenos Aires al acabar la dictadura: una obra que ya se ha convertido en el icono de esta documenta, y en todo un recordatorio de lo que Kassel y Europa deberían reaprender.

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