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«República luminosa», Andrés Barba en una banda juvenil

«República luminosa» ha ganado el Premio Herralde. Una novela que se pregunta por la inocencia de la infancia en situaciones hostiles y los mecanismos de defensa de la sociedad

Andrés Barba (Madrid,1975)
José María Pozuelo Yvancos

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Tiene el novelista, ensayista y poeta Andrés Barba (Madrid, 1975) una excelente relación con la medida justa que una novela debe tener para lograr sus objetivos. Las suyas suelen ser breves en extensión y de significación muy intensa. «República luminosa», la mejor que le he leído, cuenta unos sucesos que podrían haberse desarrollado en mucho más espacio, pero habrían perdido entonces buena parte de sus cualidades, que adeudan mucho al misterio, a significados que no se explican porque, a la postre, resultan inexplicables. Andrés Barba, a diferencia de cuantos piensan que contar historias sea entrar en continuos detalles personales, se ha confiado en esa otra dimensión de la literatura que obtiene casi todo del poder simbólico que consigue detraer de una circunstancia precisa. La trama relata lo acaecido por el comportamiento hostil de una extraña bandada de niños casi ya adolescentes .

Dos decisiones de técnica narrativa colaboran en el acierto de una novela que se lee sin poder dejarla: que el narrador esté implicado directamente al tratarse de un funcionario de Asuntos Sociales que llega a la ciudad de San Cristóbal, lugar del que es originaria su mujer, Maia, violinista que ha tenido una hija, Moira, de una relación anterior. La segunda opción narrativa es contar los hechos veinticinco años después de sucedidos , como una crónica de algo ya pasado pero que ha quedado vigente en la conciencia, como preguntas pendientes que el lector sabe que no pueden resolverse.

Recomiendo vivamente la lectura de esta novela. El lector reflexiona una vez leída

Así, el hecho narrativo está a un tiempo fuera y dentro de la trama. Dentro porque el funcionario está afectado por unos acontecimientos que le competen, ya que trabaja para la integración de la población indígena. Pero le competen también porque la edad de su hijastra es parecida a la de los niños que perpetran las agresiones y robos. Sin embargo, no puede participar, pero tampoco dejar de hacerlo, en el espíritu de revancha colectiva que los habitantes de la pequeña ciudad van urdiendo. Esta acaba estallando hasta organizar una batida para capturar a los treinta y dos niños de los que nada se sabe pues hablan una lengua insólitamente incomprensible.

Las maras

También es muy importante la decisión la tomada por Andrés Barba de hacer que esa sociedad infantil esté ubicada en un espacio hostil, una selva impenetrable , a la orilla de un río enorme cuyas riberas distan cuatro kilómetros entre sí, pero al mismo tiempo comunica con contenidos similares a los muchos que pueden darse en América Latina, donde son frecuentes bandas de desarrapados, conocidas como las maras.

De tal manera que la trama está en el límite de la atopia , pero con un desarrollo simbólico posible a partir de hechos que podrían ser reales. Bastaría con pensar en un pequeño pueblo al que indigentes hambrientos asaltan. ¿Qué ocurre si se trata de niños? ¿Y qué pasa si su comportamiento para nada es inocente? Son preguntas que la novela se hace. Y que son muy pertinentes. Porque otro de los fenómenos más interesantes que el argumento aporta para la respuesta dada a estos interrogantes ha sido mostrar las contradicciones entre el pensamiento moral y de lo políticamente correcto, con las reacciones de autodefensa que los ciudadanos biempensantes van tejiendo ante las agresiones foráneas. Otro de los aciertos de Andrés Barba ha sido no dejar fuera las contradicciones morales que la situación plantea.

Da por tanto un paso más que el ofrecido por «El señor de las moscas» de William Golding , pues la pregunta no radica ya en la infancia y sus violencias posibles, sino en el choque entre la imagen de la infancia que los adultos tenían y la que llegan a tener una vez esa infancia se vuelve contra ellos y literalmente se rebela.

El estilo de la novela combina muy bien el discurso reflexivo del narrador y el de la crónica de los hechos contados . Aporta frases de hondo calado que dejan al lector pensando una vez las ha leído. Recomiendo vivamente su lectura.

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