De izquierda a derecha, Juan Luis Panero, Felicidad Blanch, la madre, y Michi Panero. La familia Panero es la protagonista de un polémico documental: «El desencanto», al que pertenece esta imagen
De izquierda a derecha, Juan Luis Panero, Felicidad Blanch, la madre, y Michi Panero. La familia Panero es la protagonista de un polémico documental: «El desencanto», al que pertenece esta imagen
LIBROS

Los Panero, memorias cruzadas: la autoficción

El apellido Panero tiene tanto de maldito como de mítico. Uno de los miembros más desconocidos de la saga es Michi, cuya biografía la escribe su hijastro, Javier Mendoza

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Este libro está llamado a ser un pequeño clásico. Como el famoso «Vidas imaginarias» de Marcel Schwob, en este volumen doble, «El desconcierto. Memorias trucadas», de Javier Mendoza, y «Funerales vikingos: cuentos, artículos y textos dispersos», de Michi Panero, lo más interesante es el proceso de elaboración y la impecable facturara del estilo sencillo y directo de Javier Mendoza, además de las abundantes referencias literarias y del contexto sociocultural de las dos últimas décadas del siglo XX en España que sirve como telón de fondo.

Si bien la recuperación de parte de la obra inédita de Michi Panero (Madrid, 1951-Astorga, 2004) es, sin duda, un acontecimiento literario, no es esto lo relevante, porque fuera de sus cuentos más poéticos como «La tumba de Virgilio» o «Pequeña Lulú», solo se puede decir que tenemos entre nuestras manos los indicios de que Michi Panero hubiera podido ser un escritortan bueno como sus dos hermanos ya míticos: Juan Luis y Leopoldo María Panero.

También es de resaltar el boceto de una posible autobiografía de Michi Panero que aparece en este doble volumen: «Confieso que he bebido», aunque el título es una parodia facilona y recurrente de las memorias del gran poeta chileno Pablo Neruda, «Confieso que he vivido».

Escritor frustrado

Pero lo fascinante no es poder leer los textos de un escritor frustrado como Michi Panero, sino la evolución humana e intelectual de las relaciones entre Javier Mendoza (Madrid, 1975) y el que fuera su padrastro, el más joven de la saga maldita de los Panero. «Javierito», como llamaba Michi a su hijo adoptivo, pasa de ser un niño que admira la sagacidad intelectual del nuevo «novio» (y después marido) de su madre, a ser un adolescente con un criterio propio respecto a la literatura, el cine y la vida en general, hasta convertirse en un agudo crítico de cine y de la sociedad española que le tocó vivir durante las dos últimas década del siglo pasado.

Emociona la evolución de los dos personajes: el autor y su padrastro, Michi Panero

Conmueve ver este joven que sin pelos en la lengua, pero con elegancia, describe la sordidez y la ternura de las relaciones entre su madre, su padrastro y él mismo: «La convivencia de mi madre y Michi terminó así, entre hospitales y desahucios; lamentablemente, el matrimonio hacía tiempo que se había acabado».

También hay un punto de admiración a la vez que de desmitificación del famoso genio maldito Leopoldo María Panero: «Lo de la subversión lo llevaba a rajatabla porque era capaz de convertir cualquier momento trivial en un "happening" antipsiquiátrico, pero, al mismo tiempo, sabía muy bien lo que hacía, con quién lo hacía y hasta dónde, más o menos, podía pasarse». Esta «locura calculada» de Leopoldo María Panero terminó por convertirse en una locura real, sin control, por esta razón una frase que le dijo el poeta maldito al joven Javier Mendoza es muy reveladora: «Quien juega a ser fantasma, acaba siéndolo».

La capacidad de observación de Javier Mendoza nos permite ver la evolución hacia la autodestrucción sistemática de su madre y en particular de su padrastro: «Pero en los 90 Michi ya no era el "wonderboy" de rizos rubios y mirada melancólica, sino que se había convertido, muy a su pesar, en un personaje incómodo para su propia generación».

Diálogos completos

En su narración, Javier Mendoza reproduce diálogos completos con Michi Panero como si no se tratara de una simple autobiografía sino de ese híbrido conocido ahora como la «autoficción». Por ejemplo cuando en la sección titulada «Aquellos que nunca fuimos» Javier reproduce una conversación con Michi en forma de diálogo propio de una novela.

Son muchos los nombres y referencias que aparecen en este libro que nos ofrecen un panorama bastante fiel, y a veces sórdido, de un periodo de la cultura española que produjo figuras tan brillantes como la de Pere Gimferrer, Javier Marías o Félix de Azúa. Por otro lado, varias generaciones de escritores convivieron con estos «novísimos» como Vicente Aleixandre, Claudio Rodríguez o Francisco Brines, todos personajes que de una forma u otra fueron amigos de Michi Panero y de sus dos hermanos. Pero, como decía al principio, todos los detalles, sin duda sabrosos, para la chismografía literaria española que aparecen en el texto de Javier Mendoza, tienen menos relevancia que la emocionante evolución de los dos personajes principales: el autor y su padrastro, Michi Panero.

Doble lectura

En última instancia, este doble volumen tiene también una doble lectura: la exclusivamente local y española y, para mí la importante, la más universal y humana. Es esta última trama, que está entre la autobiografía y la ficción, la que me enganchó. En su conjunto el libro es casi como el guión de una posible película que iría más allá del ya famoso documental «El desencanto» y su secuela.

Y digo que va más allá porque a lo que nos enfrenta Javier Mendoza es a la conmovedora evolución de un personaje, Michi Panero, y de un sagaz observador que es el propio autor.

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