El escritor rumano Mircea Cartarescu durante una de sus recientes visitas a Madrid
El escritor rumano Mircea Cartarescu durante una de sus recientes visitas a Madrid - José Ramón Ladra
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Mircea Cartarescu: «Aunque Europa sea destruida, yo seguiré viviendo en Europa»

«El ojo castaño de nuestro amor» es el poético título del último libro de Mircea Cartarescu editado en España. El autor rumano es uno de los eternos candidatos al premio Nobel. Una literatura del yo que destila poesía

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Si avanzan en una rápida lectura hasta el final de la entrevista, verán que casi concluye con la palabra cansado. Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) acaba esta entrevista cansado porque ha venido a España, a instancias de su editorial, Impedimenta, y la gira ha sido intensa y extensa. Estamos en el «hall» del hotel donde se aloja siempre, y como siempre, Mircea seduce por su discreta inteligencia de poeta que recita en rumano.

–¿Habla español?

–Un poco, un poquito.

–Usted viene mucho por estos lares, y se le aprecia mucho. ¿Qué piensa de España?

–Siempre he tenido una sensación, unos pensamientos, unas ideas muy positivas sobre España. Los rumanos se sienten muy bien aquí, empezando por los inmigrantes, que han venido a trabajar y tienen una impresión muy buena, muy positiva del pueblo español.

–¿Sigue el devenir de la cultura española, la literatura…?

–No podría decir que esté al día con la cultura española, porque no puedo decir que esté al día con la cultura rumana. A partir de una cierta edad, lectura significa relectura, pero, por supuesto, conozco unos cuantos autores españoles que me gustan mucho, a los que admiro, algunos españoles y otros en lengua española.

–Habla de relectura: ¿qué relee? ¿Cuáles son sus clásicos?

–Releo anualmente algunos autores que son fundamentales: casi toda la obra de Kafka, todo lo que puedo de Dostoievski, y releo tal vez no anualmente, pero como mucho cada dos o tres años, la «Divina Comedia». Y también algunos otros autores clásicos latinos.

–Leí en el titular de una entrevista suya cómo decía que su mundo tiene el diámetro de su cerebro. ¿Eso se traduce en que su literatura es tan intimista que se cierra al resto de la realidad?

–No, es como una gota de rocío que refleja todo el mundo. Aunque el hecho de que mi mundo sea mi mente no quiere decir que no refleje el resto del mundo. Es cierto que yo, en primer lugar, me nutro de mí mismo, de mis traumas, sueños, mi vida interior, pero al mismo tiempo estoy interesado por todo el frente del conocimiento. Releo todo lo que puedo en todos los ámbitos del conocimiento: teología, filosofía, matemáticas, y literatura. Y procuro también ser un ciudadano.

–Cómo procura ser un escritor, más o menos lo sabemos. Pero ¿cómo procura ser un ciudadano?

–Cualquier escritor puede ser contemplado desde otro ángulo, y ese ángulo es el ángulo del intelectual. El intelectual tiene como destino establecer un compromiso con la comunidad a la que pertenece. Y en los últimos veinte años he estado en cierto modo implicado en la vida social rumana: he intentado ser un buen líder de opinión y convertirme en una referencia gracias a la defensa de los grandes valores comunes europeos.

–Habla de los grandes valores comunes europeos y le pregunto: ¿cómo ve a Europa?

La identidad es importante, la gente tiene que saber quién es para comprender cómo actúa

–Se encuentra en la situación más dramática desde la II Guerra Mundial y merece ser defendida. Se encuentra en una situación muy difícil, yo diría que en todos los niveles: está amenazada por Oriente, está amenazada financieramente por la situación de Grecia, y no solo Grecia; es el terreno de juego del terrorismo internacional y se enfrenta al gran problema de los inmigrantes. Europa no se ha visto nunca obligada a hacer frente a tantos problemas en un período de tiempo tan breve. Lo que me preocupa es que en estas circunstancias muchos países y muchas personas se convierten en euroescépticos. Es como si la culpa de los problemas fuera de Europa, y no de los factores externos. Yo, por el contrario, creo que hay que defender Europa, y que Europa es un lugar bueno para la gente desde todos los puntos de vista. Y, puesto que yo soy un artista, considero que Europa es por encima de todo un concepto cultural, y después viene la Europa económica y política.

–¿Pero no cree que esa Europa cultural es la que menos se cuida como un valor sólido?

–Sí, efectivamente es así, y esto tiene mucho que ver con la educación de los jóvenes y con el fracaso de la educación en general. Además, esta visión cultural se ve perturbada por la influencia de esta revolución tecnológica en la que vivimos. La revolución de las redes sociales, de internet, y por tanto esa idea que tenemos de Europa, con su arte, su filosofía, de este modo se ve también amenazada. Y, sin embargo, cuando veo una entidad amenazada, mi primer impulso es salir en su auxilio, y me digo: «Sigo creyendo en estos valores, que son los valores de la democracia». Sigo creyendo en el valor cultural de este continente y creo que su herencia cultural debe seguir.

–¿No piensa que hay una dejación, por parte de los intelectuales europeos, de la defensa de estos valores? No es su caso, obviamente.

–Yo no puedo saber cuáles son las intenciones, qué piensan los intelectuales, o qué piensa la gente común, pero yo puedo hacer más. Incluso aunque Europa acabe siendo destruida, yo seguiré viviendo en Europa, porque de hecho yo ya la he interiorizado.

–Volviendo a su literatura: poeta, narrador… ¿Con qué se siente más identificado?

–Soy fundamentalmente un poeta, lo he mantenido siempre. Y tanto mis relatos como mis novelas son poemas en forma narrativa. Y digo esto porque en la capa más profunda de las novelas encontramos los símbolos, que son todos ellos de naturaleza poética. Y, por supuesto, sin duda, me siento narrador. Y me siento muy orgulloso de algunas de mis narraciones.

–¿Cuáles?

–De las que ya se han traducido al castellano aprecio uno de los textos que figuran en « Nostalgia», que se titula «Rem», que es uno de los primeros y uno de mis textos mejor construidos. Personalmente me gusta mucho una novela de travestis, « Lulú», que trata del estudio de un caso psicoanalítico con una gran implicación autobiográfica.

–Reivindicación de género. Este es un tema que usted ha seguido muy de cerca. ¿Cree que el de las identidades es uno de los grandes debates de la sociedad contemporánea?

Europa es por encima de todo un concepto cultural, después viene la Europa política y económica

–La identidad siempre es importante, la gente tiene que saber quién es para comprender cómo actúa, cómo se relaciona, cómo es socialmente. Y no solo es importante la identidad propia, sino la identidad de los demás. A mí, por ejemplo, me cuesta mucho hablar con alguien sin saber quién es esa persona, porque yo hablo de forma diferente con cada persona.

–¿Y hablar de usted le cuesta?

–Este es mi trabajo. Yo siempre he hablado de mí. Los únicos momentos en los que no hablo de mí es en las fiestas. Esto me separa de la mayoría de los escritores. Prefiero volcar mi ego en las páginas de los libros antes que ahogar a los demás con el ego, pero es cierto que en mis libros hablo de forma obsesiva sobre mí mismo. Yo soy el personaje bajo diferentes avatares, hasta tal punto de que la crítica literaria habla de mí mismo como un psicólogo.

–¿Pero hablar de uno mismo no quiere decir ser egocéntrico?

–Ser egocéntrico no es exactamente malo; lo malo es ser egoísta, ególatra. Es algo que nunca he sido, pero sí que soy egocéntrico en el sentido de que vivo centrado en mí mismo. El motivo por el que lo hago es porque yo solo me siento seguro de mí mismo, y mi escritura tiene como sentido fundamental seguir conociéndome.

–Digamos: ¿un continuo aprendizaje de sí mismo?

–Muchas veces he dicho que escribo libros para contarme a mí mismo cosas que no sé de mí.

–¿Y necesita contárselas a otros?

–En primer lugar, contármelas a mí. De hecho, debo decirle que mi principal texto es mi diario, lo comencé en 1973 y nunca he dejado de escribir este diario, en el que prácticamente anoto algo todos los días. He publicado ya tres volúmenes de mi diario y, de hecho, muchos críticos han dicho que ahí está el tronco de mi árbol literario. Y desde ese tronco se abren las ramas, que son los libros.

–Ha citado varias veces en la conversación a los críticos. ¿Cree mucho en lo que dicen o hay ironía en sus palabras?

–La crítica literaria es importante, no solo para mí. La crítica estructura la literatura y establece una jerarquía. Yo siento respeto por los críticos buenos, pero al mismo tiempo la institución de la crítica está sujeta a la corrupción, como cualquier otra institución humana.

–Ahora que habla de corrupción… No sé de Rumanía, de lo que pasa allí, pero cuando llega a España, devorada por la corrupción, ¿qué piensa?

Prefiero volcar mi ego en las páginas de los libros antes que ahogar a los demás con mi ego

–La corrupción está bien anclada a la condición humana, y es evidente que no vamos a conseguir librarnos de ella. Sin embargo, hay algunas sociedades que están tan bien construidas que pueden crecer incluyendo a la corrupción. La corrupción existe, sin duda, incluso en los mejores mundos posibles: en Suecia, en Noruega... Sin embargo, una sociedad profundamente corrompida es aquella que no puede controlar, no puede construir con su propia corrupción. Y así es la sociedad rumana desde hace unas cuantas décadas: una sociedad enferma que no tiene instrumentos para enfrentarse a este fenómeno.

–A pesar del profundo conocimiento que tiene de sí mismo, de la condición humana, de la Historia de Europa, parece que Mircea Cartarescu es un hombre optimista.

–Existen muchas formas de optimismo: existe un optimismo idiota que ve solamente cosas buenas en todas partes y que no tiene en cuenta las partes oscuras, los peligros. Y está el pensamiento positivo, que es la parte buena del optimismo, y yo creo que hago esfuerzos por conservar este pensamiento positivo, incluso en situaciones desagradables, porque de esta manera creo que puedo controlar mejor mis temores, mis miedos, mis ansiedades, y puedo seguir adelante. Esta actitud la pongo en práctica tanto en la vida personal como profesional, en mi condición de autor.

–¿No está aburrido de ser un eterno candidato al Nobel? ¿Y si se lo dieran...?

–No sé si mi vida sería mejor o no, pero estoy profundamente convencido de que yo seguiría siendo el mismo. Probablemente estaré más cansado durante el primer año.

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