Borges en 1983 con una máscara de hombre lobo en una foto de Claudio Pérez Míguez
Borges en 1983 con una máscara de hombre lobo en una foto de Claudio Pérez Míguez
CONSTELACIONES

«Historia de los hombres lobo»: los mitos y los miedos

La autora recomienda como libro para el verano este ensayo sobre licantropía de Jorge Fondebrider

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La lista de lecturas para el veranoes una de esas secciones fijas en la prensa con las que esta se libera de la necesidad de tomarse en serio lo que publica. Suele estar conformada por libros en rústica con tapas repujadas, libros gordos, gordísimos, impresos en papel barato, que uno puede ensuciar con bloqueador solar o salsa de tomate; libros con páginas olvidables que uno puede leer mientras duerme la siesta o piensa en la rumba de esta noche; libros que uno se sabe de memoria aunque nunca los haya leído, y de los cuales habrá que hablar con el vecino cuando Trump y Theresa May se derritan al rayo del sol. Esas listas son una tontería. El arrume de lecturas que uno va armando para cuando llegue el verano, o tenga vacaciones, o tiempo libre, en realidad contiene los libros que uno no puede olvidar y los que su mala conciencia no le deja olvidar. Estos últimos son los sospechosos usuales: En busca del tiempo perdido, Ulises, el Quijote. Aquellos, no tanto. Cada cual tiene sus biblias, libros a los que regresa siempre (En busca del tiempo perdido, Ulises, el Quijote) para revivir y recordar la pasión absorbente y excluyente de leer. Pero los lectores más viciosos tendrán además una pila, la más sabrosa, de libros que quisieran leer sin ninguna razón en particular (no hablará de ellos en clase, ni dictará conferencias sobre el tema, ni formarán parte del último ensayo).

Hace mucho tiempo, mi lista de verano estaba conformada casi exclusivamente por novelas. Pero estas se han visto desplazadas en los últimos años por una nueva raza de ensayos de largo aliento sobre los temas más inverosímiles: las ballenas, por ejemplo (Leviatán de Philip Hoare); o la cetrería (H de halcón de Helen McDonald), o la historia secreta de los árboles (de Peter Wohlleben). Este verano (que decidí empezar clandestinamente, como quien se come el postre antes de la comida) arrancó con uno de la misma estirpe: la historia de los hombres lobo contada por Jorge Fondebrider.

La primera edición del libro corrió por cuenta de Adriana Hidalgo Editora en 2004 y se llamó Licantropía. Con algunas modificaciones, Sexto Piso lo reeditó en 2014; y ahora vuelve a aparecer por mis lares en una edición de Luna Libros que se llama Historia de los hombres lobo, y con un nuevo prólogo del autor en el que explica por qué tuvo que escribirlo y por qué debemos leerlo: «En lo personal, haber vuelto a este volumen me ha permitido sumergirme nuevamente en un mundo mucho más grato que el que proponen nuestros políticos, burócratas y economistas».

Las instrucciones para leer la Historia de los hombres lobo son sencillas. Si tenemos mariposas en la cabeza por no haber pagado una cuenta o por no haber recibido una llamada podemos leerlo a brincos: como El asno de oro, el libro está lleno de historias entretenidas que se pueden leer individualmente. En el capítulo 7, por ejemplo, está «Bisclavret», un lai (y Fondebrider saca tiempo para explicarnos qué son los lais) escrito por Marie de France en la segunda mitad del siglo XII que cuenta la historia de un buen hombre lobo y una mala mujer. En el capítulo 14 encontramos la temible historia de Stubbe Peeter, un hombre inclinado a la maldad y a la práctica de las malas artes que cometió crímenes horrendos en Colonia en el siglo XVI y que, al ser apresado después de 25 años de aterrorizar a los vecinos, «ante la sola visión del potro de tormento confesó toda la verdad» y fue juzgado y condenado junto con su hija y la amiga de su hija. El castigo, como suele suceder en estos casos, fue casi peor que la falta.

Pero si cae la noche y nos arrebujamos al lado de la chimenea (¡aunque sea verano!), podemos leer la Historia de un tirón. El recorrido de Fondebrider empieza con los mitos latinos y va poniéndose sabroso con los mitos escandinavos y eslavos. En la antigüedad tardía y el medioevo alcanza una cima importante (vale la pena detenerse en Arturo y Gorlagón, composición galesa del siglo XIV). Con la llegada de la Inquisición y del Malleus Maleficarum el tono se vuelve sombrío y las historias, complejas. Veníamos en los brazos felices de una maldad muy concreta que podíamos eludir o combatir, pero ahora la Iglesia católica nos explica no sólo que la maldad está en todas partes, sino que no sabemos distinguirla (en otras palabras, no es que sean hombres lobo, es que parecen hombres lobo, y actúan como hombres lobo; en fin; es complicado). El miedo, núcleo de esta lectura al lado de la chimenea, se esparce por doquier al tiempo que se nos priva de la posibilidad de hacerle frente: esa es la tarea de las instituciones eclesiásticas. Más tarde, cuando el tema de los hombres lobo cae en el regazo de las instituciones civiles, las historias empiezan a parecer crónicas rojas. Y ambas vertientes confluyen en el glorioso capítulo 18, «La bestia del Gévaudan».

Por último, si estamos realmente ociosos, podemos leer la historia de los hombres lobo como incitación a las reflexiones inútiles y maravillosas con las que vamos construyendo nuestro sistema de convicciones (o de opiniones insustanciales). El libro en realidad no empieza con la historia de los hombres lobo sino con la historia de los lobos y de su difícil relación con los seres humanos. Fondebrider concluye el primer capítulo afirmando que el hecho de «que en todas partes el lobo fuese visto como un flagelo aceleró su extinción en la mayor parte de Europa», y confirma su aseveración con una larga nota al pie de página sobre el censo de lobos en Europa. En Francia, origen de las historias más miedosas, quedan entre 40 y 50 «emigrados a partir de 1992 desde Italia». Cualquiera puede hacer las cuentas. Termino con un dato para estudiosos (ociosos enclosetados): la mayor parte de los textos citados fueron traducidos por el autor, responsable, entre otras, de una gloriosa traducción de Madame Bovary (Eterna cadencia, 2014). Pero esa es otra historia.

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