Taraji Henson da vida a la matemática Katherine Johnson
Taraji Henson da vida a la matemática Katherine Johnson

Figuras ocultas: el eclipse de las científicas

Pocas mujeres han pasado a la posteridad por sus contribuciones a la Ciencia, pese a que fueron un soporte fundamental para los hombres que se llevaron el reconocimiento

Madrid Actualizado: Guardar
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La película Figuras ocultas (Theodore Melfi, 2016) da visibilidad a un grupo de mujeres que jugaron un papel decisivo al inicio de la carrera espacial, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética luchaban por poner un hombre en órbita. Eran las «calculadoras humanas» de la NASA, que suplían a los ordenadores, aún en sus inicios y de manejo complicado para los ingenieros. Nominada para tres oscar, la película refleja el eclipse de las mujeres que se han dedicado a la ciencia por sus compañeros varones.

Parte de ese grupo de mujeres eran mujeres afroamericanas y sus dificultades eran dobles. Luchaban por sus derechos civiles en una sociedad racista y, a la vez, como el resto de las mujeres, por abrirse paso en un mundo de hombres.

La única superviviente del trío protagonista, Katherine Johnson (nacida en 1918) fue un prodigio de las matemáticas desde su infancia y tuvo un papel decisivo en las misiones Mercury y Apolo 11. En 2015, Obama le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad. Johnson realizó con gran precisión lo que a los ingenieros de la NASA se les resistía: los cálculos de las trayectorias de las naves espaciales. John Glenn, el primer astronauta americano en órbita, se fiaba más de ella que de los nuevos IBM. Sin embargo, el nombre de esta y otras matemáticas ha permanecido eclipsado.

Su historia fue sacada a la luz por Margot Lee Shetterly, hija de un ingeniero de la NASA, en el libro del mismo título, Figuras ocultas. El guion fue adquirido para el cine antes de su publicación. Este no es el único caso de mujeres que hicieron aportaciones cruciales para la ciencia y han pasado inadvertidas.

Otro libro, El universo de cristal (Capitán Swing), de la divulgadora científica estadounidense Dava Sobel, nos acerca a otras«calculadoras», esta vez de Harvard, un bastión masculino por excelencia, donde mucho antes de la carrera espacial, a finales del siglo XIX, fueron contratadas para interpretar las observaciones que los investigadores hacían cada noche al telescopio. En ambos casos, eran mano de obra cualificada y más barata.

Las fotografías del cielo nocturno eran analizadas cada mañana por estas mujeres, que determinaban la posición de las estrellas, su brillo relativo o su composición química. Conocidas como el «harén de Pickering», un famoso astrónomo estadounidense, algunos de sus trabajos saltaron a los titulares de la prensa, pero no sus nombres.

Curiosamente, este proyecto estaba financiado por dos mujeres con gran interés por la Astronomía, que invirtieron en él sus herencias: Anna Palmer Draper y Catherine Wolfe Bruce. En este grupo, Williamina Fleming, contratada inicialmente como criada, identificó diez novas y más de trescientas estrellas variables. Y Annie Jump Cannon diseñó un sistema de clasificación de las estrellas que aún sigue vigente.

El «eclipse» de estas astrónomas no es un hecho aislado. El trabajo científico de las mujeres sigue siendo discriminado. No hay más que echar un vistazo a los Nobel. De los casi seiscientos científicos distinguidos por la Academia Sueca, sólo 17 son mujeres. Un exiguo 3 por 100. Marie Curie fue la primera mujer que resquebrajó ese «techo de cristal». Eso sí, previa amenaza de su marido, Pierre, de rechazar el galardón si no reconocían el trabajo de Marie sobre la radiactividad.

En otra onda

Pese a todo, el Nobel de Física logrado por Marie Curie en 1903, y el de Química conseguido en solitario en 1911, despertó vocaciones entre las jóvenes de la época, destaca Carmen Magallón, doctora en Física y directora de la Fundación de Investigación para la Paz. Especialista en la historia de las mujeres en la Ciencia, es autora de varios libros, entre ellos Pioneras españolas en las ciencias. Las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química (CSIC), todo un clásico.

En España, a diferencia de lo que ocurría en otros países, la ciencia no ocupaba un lugar destacado. En 1882, año de arranque de El universo de cristal, las innovadoras lámparas incandescentes de Edison alumbraban las mansiones más distinguidas de Estados Unidos. Desde entonces, más de mil patentes del famoso inventor han contribuido al mundo tecnológico actual.

La Ciencia se convertía en el motor de la economía en Estados Unidos mientras en España estábamos en otra onda. A principios del siglo XX, Unamuno y Ortega y Gasset se enfrascaban en una agria discusión sobre la importancia de la ciencia y la tecnología. « Que inventen ellos», sostenía el primero: «Nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones (...). La luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó», añadía Unamuno en El pórtico del templo. Al escritor bilbaíno se le escapaba, sin embargo, el pequeño detalle de las muchas patentes derivadas de los inventos, por las que luego hay que pagar...

Pese a todo, en medio de ese caldo de cultivo adverso, que aún sigue latente, la ciencia española experimentaba su «edad de plata» en los años 20 y 30 del siglo pasado. Y también fue un buen momento para las científicas españolas, que las hubo, aunque, como ocurrió en Estados Unidos y el resto de Europa, sus nombres permanecen en el anonimato.

En España ha habido universitarias desde finales del siglo XIX, apunta Adela Muñoz, catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla, que acaba de publicar Sabias, la cara Oculta de la ciencia (Debate). Pero tenían que pedir un permiso para acceder a la Universidad.

Acceso a la Universidad

El empujón definitivo llegó en 1910, con la ley Burell, que permitió el acceso sin cortapisas de las mujeres a la Universidad. Julio Burell, ministro de Instrucción Pública, y otros muchos hombres, eran favorables al acceso libre de las jóvenes a la educación superior, explica Adela Muñoz.

«La mayoría de aquellas mujeres eran hijas de intelectuales o pertenecían a familias de clase acomodada favorables a la instrucción femenina. Los hombres las reciben incluso con paternalismo, y no les niegan la entrada en las sociedades profesionales, como ocurría en otros países. En Estados Unidos las mujeres entraron antes en los campos científicos pero tuvieron que pelearlo, por el rechazo de sus colegas masculinos», apunta Carmen Magallón. La excepción es Medicina, una carrera que interesa a las mujeres, pero los hombres les cierran las puertas, aclara.

Previamente, en 1907, nacía la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), a la estela del Nobel que acababa de recibir Cajal, que la presidió desde 1911 hasta su muerte en 1934. Dependiente de la Institución Libre de Enseñanza fundada por Giner de los Ríos, la JAE promueve la investigación y educación científica en España, incluyendo a las mujeres en sus programas de pensionados para estudiar en el extranjero.

En 1915 se crea la Residencia de Señoritas, la versión femenina de la Residencia de Estudiantes. Dependiente también de la JAE, su objetivo era fomentar la enseñanza superior de las mujeres. El primer año hay 30 las alumnas matriculadas y el número iría en aumento. En proporción el número de matrículas crece más que en las faculades de letras.

La colaboración con el Instituto Internacional para Mujeres fue crucial para las primeras universitarias, que fueron a los laboratorios de los mejores científicos.

La Guerra Civil rompió el clima de apertura hacia las mujeres, detalla Adela Muñoz. Felisa Martín Bravo, primera doctora en Físicas, que estudió en Cambridge con el premio Nobel Rutherford, fue una de las pocas que pudo seguir. Llegó a presidir la Asociación Española de Meteorología, la única mujer que lo ha logrado. La mayoría, por ideología política o presión de sus propios maridos, no pudo seguir con su carrera. En Química, Dorotea Barnés, una de las más brillantes, tuvo que exiliarse y pasó inadvertida pese a que había introducido en España la espectroscopía Raman, una técnica hoy usada en la exploración de Marte. Otros ejemplos son Teresa Salazar y Piedad de La Cierva, también químicas, que trataron sin éxito de lograr una cátedra en la posguerra por ser mujeres.

Muchas más destacaron y han caídotambién en el olvido. Y es que, resalta Carmen Magallón, citando a Dale Spender y su libro Mujeres de ideas y lo que los hombres han hecho con ellas, «a las científicas hay que rescatarlas de ese olvido en cada generación».

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