Wifredo Lam, ante una de sus obras de la serie Brousses en su taller de Albissola, Italia (1963)
Wifredo Lam, ante una de sus obras de la serie Brousses en su taller de Albissola, Italia (1963) - ARCHIVOS SDO WIFREDO LAM

Wifredo Lam, la mirada mestiza de un nómada

El Museo Reina Sofía dedica una completa retrospectiva con más de 250 obras al artista cubano, una de las figuras más fascinantes del siglo XX

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Hizo, a la inversa, el viaje pictórico, vital e iniciático de Gauguin: si éste abandonó Francia buscando el paraíso, que lo halló en Martinica y la Polinesia francesa, Wifredo Lam dejó atrás su Cuba natal y puso rumbo a Europa. Concretamente, a España, adonde llegó con una beca para estudiar en la Academia de Bellas Artes de Madrid, siendo discípulo de Álvarez de Sotomayor. Se quedaría en nuestro país quince años (de 1923 a 1938), tiempo que vivió intensamente. Residió en Madrid, Cuenca, León, Barcelona... Visitaba en el Prado a los grandes maestros (El Bosco, El Greco, Velázquez, Goya...) buscando inspiración. Se casó con una joven extremeña, Sebastiana Píriz, con quien tuvo un hijo. Ambos murieron en 1931 a causa de la tuberculosis.

Durante la Guerra Civil se alistó en el bando republicano, donde estuvo combatiendo (también pintando carteles y trabajando en una fábrica de explosivos) hasta 1938, año en que se exilió en Francia.

«El sombrío Malembo, dios de la encrucijada», de Wifredo Lam (1943)
«El sombrío Malembo, dios de la encrucijada», de Wifredo Lam (1943) - COLECCIÓN PARTICULAR, MADRID

Tras la ocupación alemana de París, se exilió en Marsella con el grupo surrealista, con Breton a la cabeza. Vivieron en la villa Air-Bel, donde se estableció el Comité de Ayuda a los Intelectuales. Colaboraría en «El Juego de Marsella», un tarot surrealista presente en la exposición para el que Lam pintó las figuras de Alicia y Lautréamont. Después de 18 años en Europa y dos exilios, regresó a su Cuba natal, la Cuba de Hemingway, un país mísero, corrupto, donde el racismo, el juego y la prostitución campaban a sus anchas. «Traficar con la dignidad de un pueblo es, para mí, el infierno. ¡Abajo el chachachá!», gritaba el artista, que contaba entre sus amistades con Alejo Carpentier, Lezama Lima y Lydia Cabrera, quien le inició en los rituales afrocubanos y la santería. Viajó errante por todo el mundo y acabó sus días en Italia, haciendo cerámicas en Albissola, que conoció gracias a Asger Jorn. Sus cenizas reposan en La Habana.

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