Qué simboliza el «Guernica», ochenta años después

Fernando Savater, Antonio Colinas, Luis Mateo Díez, José Ramón Amondarain y Juan Carlos Pérez de la Fuente hablan sobre su vínculo con el cuadro de Picasso

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  1. Fernando Savater: «La guerra, mejor en el museo»

    Cuando era adolescente, tuve en mi cuarto el «Guernica», como tantos otros españolitos. Era una señal, en cierta forma, de inconformismo en aquel momento, sobre todo con la dictadura. Lo tuve allí hasta que una vez vino alguien que tenía que poner un enchufe en la pared, lo descolgó y me dijo que no me preocupara, que procuraría tener cuidado, pero que si lo rompía podía yo pintar otro. Me desilusionó mucho que hubiera gente que considerara que lo había pintado yo… Pero, en fin (ríe).

    No soy experto en estética y no tengo la menor posibilidad de hacer un juicio estético. Es algo que rebasa la estética. Ha sido durante mucho tiempo un emblema, un símbolo, de ese fantasma permanente en España de la Guerra Civil. Pero hoy todo el mundo lo considera propio y también debería ser un símbolo, un punto de encuentro: la guerra está en el cuadro, no en el Parlamento, no en nuestras vidas, forma parte de la historia y del museo. La Guerra Civil, en el fondo, es algo que ya debe formar parte del museo, más que de la realidad actual.

    Hay una gran diferencia entre lo que fue España y lo que se ha vivido después. Por eso algunos inmediatamente nos ponemos en guardia cuando la gente adopta una mirada guerracivilista de nuestra realidad. Nuestra realidad ha superado la Guerra Civil y por eso alguno se puede permitir el lujo de trivializarla y exagerar, hablando de ella, como esos niños que juegan a indios y vaqueros, y se tiran balazos porque no están en el oeste auténtico. Vemos hoy que hay gente jugando a una Guerra Civil que no ha conocido, a una dictadura que no ha conocido, y se permite el lujo de jugar porque no hay guerra ni hay dictadura. Los que la vivimos sabemos que entonces pocos querían jugar con ella.

    Significativamente, Picasso cobró a la República, no renunció a cobrarlo, ni mucho menos, era un encargo; y eso tiene que rebajar un poco la retórica simbólica del cuadro. En la Transición volvió a ser patrimonio de todos, fue un símbolo de que ya ese exilio de los republicanos había acabado. Eso tuvo su valor, pero es historia, leyenda en buena medida. Que siga en el museo, que es su sitio.

  2. Antonio Colinas: «Símbolo de paz»

    Del Guernica se puede decir, a escala reducida, lo que pensamos de las guerras: no hay que olvidar, para no repetirlo. Es un símbolo poderoso que nos debe llevar ahora a la idea de paz, algo que nos ayude a seguir, que nos sane. Es un cuadro que tiene que ser más que un póster fácil o un signo ideológico. Ante todo pensamos en el artista que lo creó y cuando lo hizo en su trabajo había algo esencial: una llamada al humanismo. Los especialistas ya han estudiado cómo gestos y figuras de este cuadro son como resonancias de los antiguos libros iluminados, que nacieron en los monasterios. Esto explicaría el gran poder metamorfoseador, genial, que tuvo Picasso. Está, sobre todo, el Códice de la Biblia Mozárabe de León, y un Beato del S.XI que está en el Museo de París. Ahí encontramos esos símbolos, sobre todo ese hombre caído, con la boca abierta, que lanza un grito tremendo al cielo.

    Es un símbolo poderoso, que nos salva, y no una continuidad de lo que fue el origen, un cuadro de encargo, de propaganda política. Es una alegoría contra la muerte. La clave es que el pasado no hay que olvidarlo, pero hay que superarlo, porque si no el «Guernica» solamente lo comprenderíamos en su día. Yo admiro mucho a Machado pero la idea de las dos Españas… Yo, a estas alturas, sería partidario de la tercera España. Una tercera España que, ya en su día, en aquellos tiempos, defendían autores como Marañón, Baroja, Azorín, Menéndez Pidal… Esa tercera España siempre ha despuntado. Tenemos que superar la dualidad, porque todo en la vida es dualidad, tremenda a veces, y esa idea hay que deshacerla y seguir soñando con un mundo en paz y armonía.

  3. José Ramón Amondarain: «Es un lienzo extraño»

    Como vasco, reconozco que la del «Guernica» es una imagen con connotaciones más políticas que artísticas, de ahí todas las reivindicaciones sobre la obra. Una imagen con la que creció mi generación. Yo la descubrí siendo muy joven, en el Casón del Buen Retiro, mientras estudiaba bachillerato, y me dejó impresionado. Luego, con el tiempo, terminé trabajando sobre el cuadro, aunque fue más por una invitación de Artium para celebrar otro de sus aniversarios. Lo que me interesó entonces fue el proceso de ejecución que llevó a cabo Picasso más que la obra en sí. Porque, en mi opinión, no es el mejor cuadro del malagueño. Yo me quedaría con «Las señoritas de Aviñón». En torno a él funciona una mística que trasciende a la obra. Por ejemplo, más allá de las vinculaciones políticas que se le quieren dar a su autor, su producción de esta naturaleza es escasísima, y mala si hablamos de su cuadro sobre la guerra de Corea. Asímismo, hay mucha literatura en cuanto a sus escenas, su composición, cuando estas responden en gran medida a necesidades estructurales: Picasso no gira el caballo para representar el movimiento del pueblo, sino porque, si no lo hacía, se le «caía» el cuadro. Y la herida no es sino el codo de un guerrero que luego modificó. Porque este es un lienzo extraño. Primero por su tamaño; luego, porque pese a la envergadura, está pintado como un cuadro de caballete. Picasso lo aborda con registros cortos, no con pinceladas de tres metros. Para ello, divide la escena. La lógica entre las figuras es muy individual y su programa constructivo se basa en la ejecución de un gran dibujo, en el que se usa poca pintura y lo que va sobrando se convierte en base de la siguiente figura.

  4. Luis Mateo Díez: «El cuadro explota»

    Siempre miré el «Guernica» como una explosión. Es el cuadro que llegó a mis ojos de la forma más ruidosa con que yo he podido ver un cuadro. Algo revienta y salen bichos, vísceras, objetos, en un orden fascinante. Al margen de su trayectoria, pensaríamos que contiene algo sobre la violencia, la liquidación de las cosas. El cuadro tiene esa mirada prodigiosa de Picasso, pero es la pintura que yo conozco que explota cuando la miras.

  5. Pérez de la Fuente: «Su vuelta selló la democracia»

    Cuando llegó el «Guernica» a España, yo estaba dirigiendo una obra de Jerónimo López Mozo titulada precisamente «Guernica». Y yo quise ver cómo llegaba el cuadro al Casón del Buen Retiro, y allí me fui; tengo fotos de aquel momento. Siempre he tenido una relación muy especial con ese cuadro. Cuando se exhibió en la Exposición Universal de París, no llamó mucho la atención, pero con el tiempo se fue convirtiendo en un símbolo de la paz al mismo tiempo que un recordatorio de la barbarie. Los españoles nos debemos sentir contradictoriamente orgullosos de ese cuadro. Y en el momento que llegó, para una generación, significaba sellar la democracia.

    Curiosamente, años después dirigí «Dalí vs. Picasso», una provocación única de Fernando Arrabal en la que fantasea sobre si el cuadro ya existía antes del encargo. Se hizo en el Matadero, en la sala que después se llamaría Max Aub, que fue quien convenció a Picasso de que pintara el cuadro, y gracias a un documento suyo el «Guernica» pudo volver a España. Y lo que son las cosas; cuando se cumplen ochenta años de la creación del cuadro, un símbolo de la paz y el entendimiento, el nombre de Max Aub ha sido objeto de una polémica absurda e inentendible.

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