CÁDIZ

CUCHILLO EN MANO

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Cogió la bolsa con los bocadillos y le dio un beso a su señora, que estaba viendo la tele. Eran las once de la noche. Se quedó mirando un momento la pantalla y puso cara de no entender. La verdad es que no sabía muy bien qué pintaba el nuevo del PSOE en el programa ese de las hormigas. Pero tampoco le echó mucha cuenta. Bastante tenía con lo suyo y si algo estaba claro es que aquel individuo, uno más, no iba a arreglar ni uno solo de sus problemas. Se fue al muelle y cuando llegó ya estaba el resto de la tripulación esperándole junto al barco. Cargando la 'carná'. Esperando su decisión. «Salimos», les dijo. No les quedaba otra. Tenían que volver a intentarlo. El día anterior les echaron los marroquíes. Con amenazas, con insultos. Cuchillos en mano. Como toda la vida. Ni acuerdo hispano-marroquí ni la madre que los trajo. Si a los moros se les pone en las narices que no pescan, no pescan.

Terminaron de cargar, se subió a la cabina y soltaron amarras. Mientras maniobraba para dejar atrás Barbate puso la radio de fondo, que iban a empezar los deportes. Antes, el boletín informativo. Escuchó que en Escocia iban a votar si querían seguir perteneciendo al Reino Unido o separarse. Como los catalanes. «Qué hagan lo que les dé la gana», pensó. «Cuando por aquí abajo los gibraltareños nos echan de nuestras propias aguas o los marroquíes de las suyas, nadie nos hace ni pajolero caso. Debe ser que los problemas del norte son más importantes que los del sur. Así que me importan una mierda los escoceses, los catalanes y toda Bruselas entera». Encendió un cigarro y apagó la radio cuando contaban que otro pez gordo de la Junta se negaba a ir a declarar ante el juez en un caso en el que había robado lo más grande. A tomar viento la radio y Cristiano Ronaldo. Hizo el resto de la travesía en silencio. Expectante a ver qué se encontraban al llegar.

Y se encontraron lo de siempre. Dos pesqueros marroquíes esperándoles. Ya los habían visto otras veces. Desde la proa les gritaban que se fueran de allí y les enseñaban los cuchillos. Otra vez. Ni rastro de una patrullera. Nada que hacer. Enfrentarse era peor. De hecho, viró rápido cuando vio que uno de los barcos iba a pasarle por la popa para romperle las redes con la hélice. Esta vez no. Miró a los suyos. «Nos volvemos», les dijo. Los ánimos por los suelos. Ya no les quedan ganas. Ni siquiera para enfrentarse a su hijo cuando llegue a Barbate. Sólo confía en que esta noche no se haya ido con esos niñatos a alijar droga en la playa. Cualquier día los cogerán y acabarán en Puerto II. Pero, ¿qué otras opciones les quedan en el pueblo con este panorama?