ESPAÑA

«Si hay consulta y gana el no, pedirán otra»

Los contrarios a la independencia se debaten entre la prohibición o dejar que los catalanes se expresen aunque sea en contra

L'HOSPITALET. Actualizado: Guardar
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El bar y restaurante del Centro Asturiano de Barcelona es un punto de encuentro entre emigrados a Cataluña y nacidos en esta comunidad. Se trata de un lugar acogedor en L'Hospitalet de Llobregat, donde lo que menos importa es la cuna de cada uno, ya sea de Oviedo, Logroño o de la misma Barcelona.

Aurelio, Enrique, Aníbal y Gonzalo son cuatro de los parroquianos habituales del local. El primero es de La Rioja y los otros tres de distintas zonas de Asturias. Tienen en común una cosa, todos llevan más de 40 años en Cataluña. No se olvidan de su patria, pero toda una vida en Barcelona ha hecho que, sin dejar de recordar sus terruños, ahora sientan ese mismo cariño por su tierra de adopción.

Durante la conversación, café de por medio, coinciden en que «quien quiera ir a la Diada está en su derecho constitucional». Eso sí, lamentan que una fiesta nacional, que hasta hace poco era un acontecimiento social abierto a todo el mundo, fuese de la ideología que fuese, ahora se haya politizado, sobre todo en los últimos tres años.

Cuando surge el tema de la consulta prevista para el 9 de noviembre las opiniones se calientan más. «¡Coño, habrá que ver con normalidad democrática qué siente la gente, y después ya parlarem!», exclama Aurelio. En opinión de Enrique se trata de un problema muy delicado, pero «lo bonito de la democracia es poder expresar lo que uno piensa». Por eso cree que el 9 de noviembre se debe ir a votar y «que cada uno defienda sus planteamientos dentro de su libertad». Y si la Constitución no lo permite, aboga para cambiarla para que lo haga. Ellos se resisten a decir qué votarían, pero dejan caer que no están por la indepedencia.

El único que disiente con la celebración de la consulta es Gonzalo. Está convencido de que si se permite el referéndum y gana el no los nacionalistas pedirán celebrar otro, «y así hasta que ganen». «Es una consulta trampa», resume.

Gonzalo lamenta que el debate entre sí o no a la independencia esté dividiendo a familiares y amigos de toda la vida. También señala que cuando sale a su balcón tiene nueve esteladas colgadas en el edificio de en frente, pero reconoce que él no se atreve a colocar una de España. Aníbal sí que reclama el derecho a que cada uno coloque en sus ventanas las banderas que considere oportunas, sean las que sean. Incluso les resta importancia porque «se trata nada más que de trapos, y lo importantes son las personas y que convivan en armonía».

En cualquier caso, más allá de las discusiones, Gonzalo pone en valor que no hay enfrentamientos violentos en la calle, como teme que se puede pensar en el resto de España. Lo trae a colación porque recuerda que un matrimonio amigo vino a visitarle hace unos meses sin conocer Cataluña y tenían miedo a encontrar un ambiente hostil.

En la barra del Centro Asturiano, en el que no ondean banderas, ni la del Principado, porque «es un sitio de todos» los cuatro amigos finalizan la conversación con una idea clara. Hay que permitir todas las culturas y enriquecerse de ellas. «Y nunca machacarlas», sea catalana, asturiana o española, de las que los Aurelio, Enrique, Aníbal y Gonzalo se enorgullecen de formar parte.