Editorial

No les apetece

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No me apetece lo más mínimo y no lo voy a hacer. No voy a opinar sobre los titulares que hablaban de cinco violadores en la Feria del Málaga ni de los que, descubierto el pastel (la mentira de la joven en la narración de los hechos, su denuncia falsa) carecen de la humildad de Pérez-Reverte para reconocer su propia imbecilidad y pedir perdón. Es más fácil negar un ápice de terreno -el ápice es medida geomórfica- desde el feminismo progre-genérico de base: la chica estaba drogada, exigió parar en algún momento, los testigos son gitanos y toda esa inmundicia vomitada. ¿O pensaban que sólo arquea el alcalde de Málaga?

No me apetece comentar si el alcalde de Toledo ve en Cospedal a una porno-chacha o si ha sido enjuiciado por ese sanedrín que condena a la castración química (y política) al que rema contra la ría de género. Y no me apetece porque, sinceramente, creo que mi tiempo es demasiado importante para perderlo analizando memeces, agravios de alcoba, tetas gordas o la antología de la Mula Francis. Me da lo mismo. Igual que me da lo mismo y sigue sin apetecerme hablar del alcalde de Valladolid, varón temeroso de entrar en ascensores con mujeres, no vaya a ser que se desgarren la ropa y le imputen una violación. Es que son malpensados, algunos. Como yo, que siempre reviso exámenes en la facultad con la puerta del despacho abierta. Pero claro, bajo la dictadura de lo políticamente correcto no caben salidas de tono como las del alcalde, al que vi ayer huyendo por una escalera perseguido por una reportera dicharachera de Barrio Sésamo, no fuera a ser que en el ascensor quisieran hacerle una Gran Hermano.

Tampoco me apetece hablar del alcalde de El Coronil, que ha tenido el acierto y perspicacia de comparar a los yihadistas asesinos con la Guardia Civil caminera. Vamos, que ha debido confundir las barbas coránicas con el bigote benemérito. Lástima que la foto comentada fuera un montaje, qué iba a saber él. Que uno es alcalde, no consejero de hacienda y empleo.

Ni me apetece, ni quiero comparar. Que la comparación es odiosa y en unos casos más que otros. Y si no, que se lo digan a Manuel Valls, que ha instado la dimisión de su Gobierno al completo por criticar la política económica señalada por Hollande. Serán imbéciles sus ministros, ¡pues no van y dimiten! Franceses tenían que ser. No como nuestros alcaldes, que cuando meten la patita en una zanja llena de hez y ven pedidas sus dimisiones miran a su secretario general y luego contestan, inefables: «No nos apetece». Y eso es lo que hay.