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Un proge en las Cortes de Fernando VII

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Como diría Groucho Marx, no entiendo que inviten a un tipo como yo a evento tan solemne como la entrega del Sexto Premio Cortes de Cádiz a Mario Vargas Llosa. Cuando llegué a la Casa de Iberoamérica, antigua Cárcel Real y una de las piezas más bellas del Neoclásico Andaluz, un grupo comenta que se celebra el homenaje al escritor pero no se podía entrar sin la invitación que yo había dejado en casa. Entonces se abre la puerta y una bella muchacha avisa para que pase. Al gesto de muchacha tan guapa embarcaría en la mismísima nave de Caronte que lleva las almas a los infiernos. Adoro la narrativa de Vargas Llosa pero no me interesan para nada sus teorías políticas. Tampoco comparto los discursos de alabanza a la Constitución fernandina de Cádiz. Si yo hubiese vivido esa época habría sido afrancesado y apoyado la Constitución de Bayona, más coherentemente liberal. Considero que el desenlace de esa guerra civil, con la victoria de los partidarios del Narizotas, al grito de «Vivan las Caenas», descompuso el Reino de la Ilustración y nos arrojó al Tercer Mundo. Me agradó que Teófila algo comentara en ese sentido, acercándose a tales ideas. Se lo dije en las copas: tu discurso ha sido el mejor, y con humildad contestó: «quita Julio, loro viejo no aprende a hablar en inglés».

Yo era joven y desalmado cuando leí con fervor 'Conversación en la Catedral', escrita por Vargas Llosa en 1969, en la cual se le reconoce en Zavalita, militante del Partido Comunista Peruano que sufre con entereza las consecuencias de su compromiso político contra la dictadura que oprimía su patria. Hace poco recuperé la edición original editada por Seix Barral en dos tomos, una muestra más de la apuesta de los editores españoles por los escritores latinoamericanos en el exilio. Gabriel García Márquez y Vargas Llosa siguieron derroteros políticos contrapuestos pero ambos nos han venido regalando la mejor narrativa en castellano. A la salida comento a mi prima Teté algo parecido al título de este artículo y ella me acusa de pijo reprimido. Pero como sostiene Borges, «lo que decimos no siempre se parece a nosotros». Y eso va por todos.