CÁDIZ

TODO ESTÁ EN EL AIRE

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El cambio climático, que ha llegado a ser verdad aunque empezara por ser una de esas profecías que jamás se cumplieron, nos va a traer más pobreza, más éxodos y más violencia. Los hombres del tiempo de la ONU, que siempre llevan paraguas, han hecho su lúgubre previsión en el informe del Panel Intergubernamental de Expertos. No es traidor quien avisa, pero puede ser un hijo de la mala madre naturaleza. Para rehuir el contundente bisílabo, un jodido gafe, o bien un maldito 'sotanoide' con opción a convertirse en 'un manzanillo', que es la última escala de lo que el padre Rubén Darío, siempre asombrado por la música astral, nos aconsejó que abomináramos de sus augurios.

El mundo no es pésimo porque puede empeorar, pero la ONU ha lanzado la voz de alarma. ¿Seremos capaces de oírla en medio del barullo y del guirigay de tanta gente que clama al cielo? Lo que más me preocupa a mí, en mi insignificancia, es que suba el nivel del mar. Mucho más de que haya descendido mi nivel de vida. Lo único que me falta es que se inunde mi terraza, que está en un cuarto piso, pero todo es posible. Ruego a Neptuno que no me mande ninguna sirena, aunque esté partida en sentido longitudinal. Las cosas tienen que llegarnos a tiempo, si es que llegan.

Lo que nos ha llegado, quizá porque lo hayamos traído, es el resistible avance de la desigualdad. Nuestros vecinos mal amados, pero no aborrecidos, porque la envidia incluye siempre un componente de emulación, están muy descontentos con el polígamos François Hollande y los socialistas han sufrido un batacazo en las municipales, en beneficio de la peligrosísima Marine Le Pen, que sigue creyendo que es mejor que se salven algunos y en eso lleva razón, pero en lo que no la lleva es en que sean siempre los mismos. ¿Hasta dónde llegarán las profecías del cambio climático? ¿Hasta dónde llegará el nivel del mar? Por si viene la sequía, he decidido echarle menos agua de tónica a la ginebra.