Tribuna

¡Que viene el Catorce!

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Antes de que todo el mundo se ponga como loco a hacer balances del año que termina, les diré una cosa. Por mucho que se empeñen, por mucho que lo vistan como al emperador de Andersen, por mucho que lo envuelvan en paños calientes, 2013 no pasará a los anales de la historia por nada en particular, por nada. En la línea de sus antecesores, no ha sido más que otro año «malo para la lírica» que diría, si aún pudiera, Germán Coppini. No, no pasará a la historia, se lo aseguro. Ni por ser el quinto año de la crisis -y eso que dicen que no hay quinto malo- ni por ser el primero del siglo en tener los cuatro dígitos diferentes -qué quieren, hay frikis que se entretienen con estas cosas-, ni por haber comenzado y terminado en martes -aunque ya, por no tener, no tenemos ni mala suerte-, ni por haber sido declarado el Año Internacional de las Matemáticas -no se rían, que a mí tampoco me salen las cuentas-. El año que termina se irá, como todos en los últimos tiempos, por la puerta de atrás. Lo más seguro es que nadie hablará de él cuando haya muerto y que sólo lo recordemos cuando comiencen a aparecer esas listas interminables de 'inventos del 2013', 'personajes del 2013', 'catástrofes del 2013', 'bodas del 2013'. entonces, como si acabásemos de llegar de otra galaxia o de una estancia prolongada en el planeta de los simios, diremos «uy!, ¿y cuándo pasó esto?» Así, nos enteraremos de que el año que termina nos dejó el vocabulario lleno de extrañas palabras y expresiones que, afortunadamente, olvidaremos muy pronto, 'escrache', 'masterchef', 'selfie' y reviviremos vagamente las tragedias que en su día nos encogieron un poco el alma: Filipinas, Siria, Santiago -¿a que no se acordaban del maratón de Boston?, yo tampoco-, y nos sorprenderemos nuevamente con muertes que habíamos borrado del disco duro -es que, además de Mandela, se fueron Margaret Thatcher, Sara Montiel, Hugo Chávez, Manolo Escobar.- y nos reiremos de nuevo con las barbaridades de Ana Botella, o de Toni Cantó, y nos escandalizaremos otra vez con los escándalos que más nos escandalizaron, los sobres de Bárcenas, la ley Wert, aquellos maestros de Madrid que pensaban que 'escrúpulo'" era la salida del sol, las escuchas de la agencia de seguridad yankie, las preferentes.En definitiva, 2013 será un año más que añadir a la lista de los simplemente vividos, ni más ni menos.

Porque ustedes saben, como yo, que fue duro instalarse en el disparate. Pero que ya puestos, hemos conseguido que lo mismo nos dé ocho que ochenta. Ya dijo alguien que un muerto es una desgracia y cien mil muertos es una estadística. Y en eso estamos, en el momento estadística. 2013 se va dejando tres millones de españoles en situación de pobreza severa -el doble que en 2007-, ciento veintiséis imputados por los EREs -la instrucción tiene pinta de acabar después que el segundo puente-, cuarenta y siete millones de euros almacenados por Bárcenas en paraísos fiscales, cientos de exquisitos imputados, quinientos setenta y nueve mil estudiantes que perdieron su beca para libros o material didáctico gracias a los recortes en educación, un millón cuatrocientas mil viviendas que sufrieron cortes de luz por impagos, doscientos dieciséis desahucios diarios. En fin. Cifras, desgraciadamente, que no ponen letra a la banda sonora de nuestra vida, acostumbrada a las constantes salidas de tono de un concierto desconcertado.

No fue 2013 peor que su antecesor, y tal vez tampoco lo sea del año que nos entra. Uno más del calendario, del que no se espera gran cosa porque hace mucho que perdimos las esperanzas. Sin grandes aspavientos, vendrá 2014 oliendo a campaña electoral, a tránsito, a palmadita en la espalda, mejorará algo la economía, devolverá días de asuntos propios a los funcionarios -al fin y al cabo, somos muchos y hasta votamos-, puede que reintegre la paga de Navidad, acelerará la obra pública -lo mismo, hasta se inaugura el puente-, ganaremos otra vez el Mundial -o no- y unos cuantos encontrarán trabajo -quién sabe si desbloqueará el sistema de oposiciones públicas-, más que nada para que dé la sensación de que algo se mueve. Pero todos sabremos que no será más que un trampantojo, una ilusión fugaz, porque nos aprendimos el cuento de memoria y ya hasta nos da igual que esta vez venga el lobo de verdad y nos coma. Quién dijo miedo. Nadie se mueve, seguimos estando donde estábamos, en la puerta de chiqueros.

Que venga el catorce, pero que sea como la ciclogénesis explosiva -antes se decía ventolera y nos quedábamos tan contentos- de la última semana. Que pase pronto, que barra las calles, que nos coja durmiendo y que nos despierte, a ser posible, en el quince, en ese horizonte lejano en el que volveremos a atar a los perros con longanizas y seremos nuevamente ricos y regresarán los que se fueron y no habrá pobres, ni llantos, ni paro, ni crisis, ni primas de riesgo, ni rescate, ni oscuridad -suena apocalíptico, lo sé-.

Sí, que pase pronto el catorce. No esperen nada de él, no en vano ya lo dice la Biblia, «Bienaventurados los que nada esperan, porque jamás serán defraudados», así no habrá luego lamentaciones. Déjenlo entrar en sus casas y trátenlo como si fuera de la familia. Lo mismo, hasta nos sorprende. Quién sabe.

Por si acaso, que tengan un feliz año.