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Se alquilan ilusiones

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Los hay de todas dimensiones. Sus colores son variados. Unos son de forma rectangular, aunque también los hay cuadrangulares. Algunos son pequeños, otros tienen un tamaño aceptable, pero hay algunos que son auténticas pancartas. Se ven por todos lados, da igual por donde vayamos, lo mismo están en las calles céntricas que en barriadas y barrios. Algunos incluso tienen el número de teléfono de contacto. Se venden, algunos, se traspasan otros, la mayoría se alquilan.

Detrás de cada uno de esos carteles hubo un día alguien que consideró la oportunidad de invertir en una idea, en un proyecto con futuro con el que triunfar a su pequeña escala. Pretendió ser un emprendedor de élite. Nadie pensó en el fracaso, palabra maldita cuando uno está en la línea de salida. Otros fueron tradición del negocio familiar. Allí se enterraron las esperanzas y las cuitas de los creadores de estirpes emprendedoras, se consiguió ser sonambulista de los negocios sobre el alambre de destino y se enalteció la creatividad hasta que la mancha negra los puso en su sitio. La iniciativa de las nuevas generaciones, que con miedo y recato pensaban que esto era fácil, se dio de bruces con los mercados. Formaban parte de la urdimbre de la ciudad, conformaban su estilo y su cultura, su servidumbre y su riqueza, su identidad y su conciencia de capital. Nada nos pertenece de forma individual, todo está inmerso en esa burbuja existencial de la que no podemos abstraernos. Todos a su escala participaban de lo que para los entendidos podía ser la economía de mercado, eso sí, de una capital de provincia con ilustre pasado, con presente de colores ocres, y con un futuro que se escapa de nuestras manos.

Según los datos esos carteles que se consideran en expectativas se cifran en más de 500, sólo en el casco antiguo. A sus espaldas se abren quinientas oportunidades de hacer realidad el cuento de la lechera. Sin que se te derrame una sola gota de ese líquido nutriente blanquecino puedes conseguir que el sol salga de nuevo, que esa luz que se te resiste vuelva a salir y te cegué. Déjate de emprendedores, aquí lo que hay es que tener ganas y creer. Ilusión por una estancia, aunque se corta, en el terreno de la utopía.

Habrá quien diga que es imposible. Agoreros de mal vivir y peor sentir. Fracasar es parte de la existencia, sólo con una condición, que detrás de cada caída debe existir un resurgir. Ese término anglosajón de resilencia, nos impulsa a no desfallecer. No importa las veces que uno caiga, se te contarán sólo las que puedas levantarte. Ello es el principio de la conquista.