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El héroe anónimo

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Tal y como está el mundo cuesta imaginarse que a estas alturas existan verdaderos héroes entre nosotros. Personas que a simple vista parecen de lo más normal, pero que ocultan a un ser sobrenatural. Se diferencia de los héroes que aparecen en los periódicos, en que a ellos no les gusta la notoriedad, no lo hacen por el aplauso, ni la palmadita en la espalda. Puede ser cualquiera. Aquel con el que comparten cola en el supermercado, el compañero de asiento en el autobús, la señora que camina con cara de resignación o ese amigo que siempre te acompaña. El otro día, tuve la suerte de ver a uno en directo.

Una noche cualquiera, de hace un par de días, un grupo de amigos compartíamos un rato de desahogo en una amena cena, en ese sitio al que ya consideramos nuestro segundo hogar -por las veces que hemos ido-, en pleno paseo marítimo de Cádiz. Todo transcurría con normalidad, pero entonces todo cambió. Fue en cuestión de segundos. Empezamos a escuchar un pequeño estruendo. Personas que gritaban y corrían hacía donde nosotros nos encontrábamos. Por un instante parecía que huían de algo, como si viniese el tan temido tsunami. No se entendía muy bien qué pasaba.

En ese momento, por el centro de la carretera, dirección Cortadura, vimos a un hombre correr como si le fuese la vida en ello. Apretaba con fuerza contra su pecho un bolso de mujer y entendimos que lo que gritaban los perseguidores del individuo era «al ladrón, al ladrón». En cuestión de segundos, un caballero que compartía cena con una mujer, en la primera mesa de la terraza que nosotros ocupábamos, se levantó, cogió una silla metálica y la lanzó contra el delincuente huidor. Lo hizo con tanta fuerza que el ladrón cayó al suelo sin tiempo a saber qué o quién se había estampado contra él. Cuando intentó levantarse, otro hombre se lanzó contra él, volvió a caer, se levantó y huyó dejando el botín en el suelo. Mientras la segunda embestida ocurría, el hombre, al que bautizamos como 'lanzador de sillas', cogió el arma arrojadiza, la devolvió a su sitio y continúo la cena sin necesidad de aplausos ni vítores. Nadie se dirigió a él, nadie le agradeció nada, pero no lo necesitaba porque él era un héroe anónimo.