Julio dorado

El turismo extranjero ha convertido julio en un mes dorado. El incremento de viajeros que recogía la estadística del Ministerio ha inundado de optimismo al sector que este año se las veía negras para alcanzar los niveles del pasado. Incluso repunta el nacional, que en los últimos cuatro años no parecía levantar cabeza encadenando un descenso tras otro y en el caso de la Costa de la Luz no llegan desde muy lejos, una gran mayoría procede de las ciudades de interior de la propia comunidad.

Y con los resultados definitivos en la mano, sin previsiones ni expectativas futuras, es cuando hay que estar a la altura y enamorar a todo aquel que por primera vez pisa una playa gaditana, come en alguno de nuestros chiringuitos o simplemente pasea por la calle. Es el momento de hacer gala de esa simpatía que guías y programas turísticos atribuyen a esta ciudad y evitar las malas caras y los comentarios desagradables como los que se podían oír durante la noche abierta del Pópulo y Santa María hace apenas un par de semanas por las colas y las aglomeraciones.

Es el momento de profesionalizar la hostelería, de ampliar la oferta y explotar al máximo los recursos. De que las trabas burocráticas y los problemas que pone tal o cual administración para sacar adelante una idea se diluyan. Si Cádiz sólo logra reducir su desempleo y coger aire en verano, alarguemos la estación todo lo posible, sólo la meteorología podría empañarlo y mientras el termómetro marque por encima de los veinte grados seguirá siendo verano.

Esa misma propuesta la hacen muchos empresarios de la hostelería que se dan de frente con limitaciones para montar una terraza, una tremenda subida de tasas y hasta un excesivo celo de la hora de cierre que termina ahuyentado al que llega de fuera. Y el mensaje con el que se vuelve a casa es: «Cádiz no tiene vida». Démosle la vuelta a eso, aunque cueste echar más horas y haya que agilizar solicitudes y flexibilizar las normas. Que la ciudad vuelva a despertar ahora que estamos de moda.