Tribuna

Dos leyendas en las islas de Hawai

DOCTOR EN INGENIERIAS, CANALES, CAMINOS Y PUERTOS Actualizado: Guardar
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Después de estas tres últimas semanas en las que les he relatado algunas historias sobre los faros, sobre los ingenieros que los construyeron e iluminaron, y sobre sus fieles y abnegados guardianes, me gustaría transportarles ahora a las paradisíacas islas de Hawai, para relatarles la vida de dos personajes que forman ya parte de su historia moderna. Me refiero a Duke Kahanamoku (1890-1968) y a Don Francisco de Paula Marín Grassi (1774-1837). Al primero seguro que lo conocen en Cádiz muchos 'surferos' y, sobre todo, mi amigo Willy, director de la escuela de surf 'Hopupu' -nombre hawaiano-, que muy gentilmente me ha prestado el más clásico de los libros relacionados con este deporte, «¡Stocked!, una Historia de la cultura del surf», en la que se explica, con toda veneración, la vida de Kahanamoku -introductor del surf moderno y también campeón de natación en las olimpiadas de 1920,1924 y 1932-.

Al segundo, me temo que son sólo muy pocas las personas que le conocen por aquí, salvo las que consiguieron que una calle llevara su nombre, la del «Botánico Francisco de Paula Marín», pues nació en Jerez. De él escribí un pequeño artículo en este periódico y fueron bastantes las personas que se interesaron por la apasionante historia de este aventurero, desconocido para la práctica totalidad de sus vecinos, pero no para el pueblo hawaiano, especialmente para los habitantes de su capital, Honolulu, en donde tuve el privilegio de residir dos años, y en donde por primera vez oí hablar de él. Me he tomado, pues, la libertad de continuar narrándoles más cosas de su vida. Marín -allí le conocen como 'Don Marín', 'Marini' o 'Manini'- fue un aventurero que con sólo 18 años se embarcó de grumete en una expedición, desertó cuando se cansó y recaló, en 1792 o en 1793, en la isla de Oahu, la capital de las cinco islas hawaianas, que acababan de ser reunificadas por su querido rey Kamehameka I. Marín, sin conocida formación, debería de tener un talento natural extraordinario, pues en muy poco tiempo se transformó en un hombre polifacético que se ganó la total confianza del rey. Pudiera ser que adquiriera sus conocimientos de joven, trabajando en los viñedos de su tierra, o que llevara en sus genes la sabiduría del sabio gaditano Celestino Mutis, pero lo cierto es que se convirtió, entre otras muchas cosas, en un conocido botánico y horticultor, cultivando y experimentando en su rancho una gran variedad de frutas y hortalizas. Así se tiene constancia de haber plantado la primera piña en el reino de Hawai, símbolo de esas islas, así como los primeros viñedos -quizás añorando los de su tierra-, al igual que el mango y la papaya. Produjo vino y coñac, destilando ron de la caña de azúcar, y fabricó cerveza. En su gran rancho crió los primeros rebaños para la obtención de carne y leche, de forma industrial, produciendo quesos y mantequillas.

'Don Marín' tuvo una intensa actividad diplomática en la corte de Kamehameka I, al hablar cuatro idiomas -aprendió enseguida el idioma nativo-, y hasta fue nombrado Capitán de la Armada hawaiana. Aplicó sus conocimientos de las plantas a la medicina y fue el médico de confianza del rey, hasta tal punto, que fue llamado para que estuviera a su lado cuando enfermó, asistiéndole en sus últimos momentos. Marín tuvo tres esposas -en aquella época la poligamia era algo habitual entre los nativos-, y muchos hijos; algunas de sus hijas se casaron con personas relevantes de aquella sociedad. A pesar de la poligamia y de no haber regresado nunca a su tierra, se consideraba muy español y no perdió sus sentimientos religiosos, favoreciendo a los primeros misioneros católicos que llegaron a las islas, lo que le causó problemas con los misioneros protestantes allí establecidos. En su casa había que santiguarse al entrar, y cuando nacía algún niño, intentaba encontrar a algún capellán católico en el puerto para que lo bautizara y si no, lo hacía él mismo. Era muy recto y ajustado en sus negocios, utilizándose todavía la palabra «manini», entre los hawaianos locales, para definir a alguien con esas características.

Como era de esperar, por lo poco que les he contado de él, «Don Marín» no cayó bien a los misioneros calvinistas, que intentaron cambiar las costumbres de aquellas idílicas islas, y tuvo la mala fortuna de no poder encontrar en sus momentos postreros a un capellán católico que le consolase en su fe, rodeado de su gran familia. El misionero calvinista que le «asistió» pronunció un discurso en el que le enviaba al infierno o cosa parecida. Tuvo que pasar mucho tiempo -157 años-, hasta que Don Francisco fuera enterrado de nuevo, en una ceremonia oficial, a medianoche, en la que participaron sus descendientes, y en la que se oficiaron los dos ritos, el hawaiano y el católico. En el lugar de su gran casa se ha erigido la 'Marin Tower', en cuya fachada el Ayuntamiento colocó una placa en su honor, reconociendo su origen jerezano y su labor desarrollada. Varias calles llevan su nombre en recuerdo de sus plantaciones, el «Bulevar de la Viña» (Vineyard Blvd.) y la Calle de los Limeros (Lime St.). Espero poder volver pronto a Honolulu y brindar por él con un buen vino de Jerez.

La otra leyenda de la que empecé hablándole, Duke Kahanamoku, es todo un clásico de la historia hawaiana, y su fama se extendió fuera de esas pequeñas islas, pasando de ser un «beach boy» que abandonó la escuela, a campeón olímpico de natación y padre del surf moderno -tradición prohibida por los primeros misioneros protestantes-, convirtiéndose en el mejor embajador de la hospitalidad hawaiana y del «espíritu del aloha», algo que no puedes olvidar el resto de tu vida, cuando has vivido allí. De él les hablaré -si me lo permiten-, en mi próximo artículo. Para algo tenemos unas preciosas playas en donde se practica el surf todo el año.