CÁDIZ

Viaje al manantial de Cádiz

Descubren la ubicación del Pozo de la Jara, el más importante del medievo

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Eugenio Belgrano se sumerge en unas aguas cristalinas, frías y oscuras. Para cualquier otro mortal, después de bajar por un tiro de 12 metros cargado de una bombona de oxígeno y una cámara, sería el escenario perfecto para un ataque de claustrofobia. Para él, es un momento «mágico», consciente de que en esas aguas «hace siglos que no se baña nadie». Lo cierto es que Eugenio bucea en la historia de Cádiz, literalmente hablando. Acaba de encontrar la ubicación del Pozo de la Jara y ahora nada en su interior. Con la tranquilidad de los análisis químicos previos, toma y bebe un sorbo: «Está buena, sabe como el agua del grifo». El investigador prueba, en pleno siglo XXI, el agua del mismo manantial que dio de beber a los gaditanos que poblaron la ciudad del siglo XV (y muy probablemente que incluso antes). De paso, muestra una versión diferente a José Nicolás de Enrile en su 'Paseo histórico-artístico por Cádiz'. En 1843, el historiador fue el último que dibujó de forma aproximada la ubicación del pozo municipal de la ciudad, situado «en la calle Junquera en la casa número 61, su agua es muy cristalina, aunque no muy agradable al paladar».

Y es que el 6 de julio de 1731 la pista del pozo se pierde en la noche de los tiempos, envuelta en confusiones y cambios de ubicación. Un acta capitular fechada en ese día habla de él: «Sobre el sitio que se le dio a don Juan de Tavira que comprende el pozo que antiguamente se denomina de la Jara, que está en una callejuela sin salida en la calle San José». Después de ese entonces y del testimonio de Enrile, nada se sabe de la construcción municipal que abastecía de agua a la ciudad. Hasta ahora.

La importancia del hallazgo se debe a que el Pozo de la Jara (llamado así por estar ubicado antes junto a un campo de jaras) era la piedra angular del sistema hídrico de la ciudad. Fue el abastecimiento municipal hasta 1666. De su origen, nada se sabe, debido a la pérdida de documentos en el asalto anglo-holandés de 1596. Lo que sí se sabe es que ya Estrabón y Filóstrato hablan de él. También se conoce que durante el siglo XV, de él se extraían entre 8.000 y 19.000 libras de agua al día que abastecían a una población de 2000 cabezas (entre personas y animales). Datos investigados por Belgrano y recopilados en su obra 'En busca del Pozo de la Jara' que se presenta mañana a las 20.00 horas en Diputación.

Tal importancia histórica actuó como 'leimotiv' para que el investigador autodidacta decidiera centrar sus esfuerzos en averiguar la ubicación original del Pozo. Hasta ahora, la ubicación más extendida era en los bajos de la casa Pemán. Sin embargo, las indagaciones en actas capitulares y la propia obra de Enrile hacían dudar a Belgrano. Fue cuando decidió analizar la actual calle Junquera, anteriormente un callejón sin salida que, en 1773, es abierto gracias a Marcelino Martínez Junquera. Fue entonces cuando la calle pierde anteriores nomenclátor como el ya de por si sospechoso calle de la Noria.

Otro dato coincidía en la ubicación. Gracias a grabados y documentos se advertía que el pozo municipal estaba a unos 20 metros de la fachada de la iglesia de San Antonio, teniendo en cuenta que la anterior fachada del templo es la tapiada que da hoy a la calle Torre. Con todos estos argumentos, Belgrano comienza a estudiar la zona junto a su compañero David Blanco. Ambos descubren y documentan hasta ocho pozos que se conservan de los 20 que había en la zona. Todos ellos demuestran la existencia de un rico manantial, que fuentes antiguas atribuyen una magnitud tal como para ir del Campo de la Jara al callejón del Tinte.

Y llegó el trabajo de campo

En cualquier caso, de todos ellos, uno destacaba por su importancia para los gaditanos del momento: el de la Jara. Con todos estos datos, Belgrano estrecha el círculo. Pronto llega a la calle Junquera, número 4. Allí, se encuentra a un propietario «culto e interesado por el patrimonio» que le abre sus puertas y le corrobora la hipótesis: en los bajos de su casa puedes estar la entrada al manantial, según le llega de testimonios orales de familiares. Es entonces cuando comienza el trabajo de campo, en una de las estancias. «Hicimos un taladro en el suelo para introducir un endoscopio. La sorpresa fue que a los 10 centímetros hicimos hueco», explica Belgrano.

Nada comparado a cuando dejaron caer una cuerda por el orificio: «La cuerda bajaba que parecíamos que íbamos a llegar al fin del mundo». En total 12 metros de profundidad, el tiro para llegar al pozo, cuya estructura consiguieron averiguar cuando se abrió un hueco en el suelo. En el interior un hueco rectangular, dividido en dos que llega a un espacio cilíndrico, de seis metros de diámetro y al que se unen dos galerías de arcos ojivales. Toda una obra de ingeniería, empleada para nutrir al pozo, por capilaridad, del agua del manantial. El hueco dividido en dos también tiene su explicación.

En algún momento de la historia se opta por sustituir el sistema de una noria de rosario (ilustrado con el dibujo que acompaña) por un brocal de pozo. Es entonces cuando el tiro se divide en dos por un tabique. Los años y el desuso acabarían engullendo al pozo, tragado por edificios construidos en el siglo XVIII y XIX. Hasta que llegó el investigador que ya tiene documentado y divulgado buena parte del subsuelo de Cádiz en www.cuevasdemariamocos.jimdo.es. Después de documentar el hallazgo en un libro, Belgrano ya ha puesto el descubrimiento en manos de la Consejería de Cultura, para que documenten y protejan esta nueva sorpresa de las entrañas de Cádiz. Él, por su parte, ya anda ideando su próxima investigación. Es lo que tiene ser un doméstico Indiana Jones, sin sombrero ni látigo, pero con las mismas ganas de aventura.