Juan José Padilla, que fue tratado con un gran cariño por su público, recibe al toro de rodillas en el albero. :: ANTONIO VÁZQUEZ
cultura

La terna sale a hombros

Enrique Ponce, Juan José Padilla y Alejandro Talavante, que firma la mejor faena, aprovechan un manejable encierro de Cuvillo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Abrió plaza un toro acapachado y feo de cornamenta, que tomó los vuelos del capote de Enrique Ponce sin celo ni codicia y que buscaba la huida hacia los adentros al salir de jurisdicción. Salió suelto y en estampida del primer encuentro con el caballo y empujó con genio en el segundo. Protagonizó después un laborioso tercio de banderillas, arrancándose con pies cuando la carrera le conducía al cobijo de tablas. Planteó Ponce el trasteo en los medios, iniciado mediante largos y estéticos pases por bajo, seguidos por tandas en redondo, en las que sometió a su enemigo en el engaño. Menor recorrido e intensidad poseyeron las embestidas cuando Ponce intentó el toreo al natural. El adorno de manoletinas finales pusieron broche a una actuación que fue rubricada con media estocada desprendida.

Elegancia y buen gusto derrocharon las verónicas con que el valenciano recibió al cuarto, un ejemplar de Cuvillo que destacó por su extrema nobleza pero no por constituir un dechado de casta ni de facultades. Por lo que Ponce administró su medicina habitual en estos casos, consistente en un toreo templado a media altura, temple y mucha suavidad en cites y remates. Pero esta vez su enemigo, anodino y moribundo, no fue capaz de aportar ni un ápice de emoción, por lo que el trasteo no pudo levantar el vuelo. Pero todo ello no fue óbice para que tras una estocada, de la que el toro tardó en morir, se le concediera un nuevo trofeo.

Se presentó Padilla con un garboso saludo capotero compuesto por verónicas y chicuelinas que el toro tomó con cierta codicia y nobleza. Se lució después con airoso y luminoso galleo por tapatías para dejar a su oponente en el caballo Y dejó su personal impronta en el tercio de banderillas, con dos pares prendidos al quiebro junto a tablas y un tercero al cuarteo. Llegó el astado, noblote y de poca casta, muy justo de fuerzas al último tercio, lo que motivó que goteara sus embestidas y que cuando éstas se producían, se verificaran cortas y adormecidas. Y aunque Padilla intentara con denuedo ligar los pases y se prodigara en cites, no fue posible encontrar el lucimiento. Tras una estocada algo tendida y un descabello paseó la primera oreja de las tres que irían a abultar su esportón en esta tarde triunfal.

Recibió al quinto con larga cambiada de hinojos y volvió a gallear, esta vez por chicuelinas. Pero donde se mostró la más genuina versión del Ciclón fue en un ajustado quite por tafalleras, abrochadas con una revolera de hinojos de espeluznante ceñimiento. Fácil y vistoso en banderillas, prendió tres pares de reunida ejecución y óptima colocación. También de rodillas dio comienzo la faena de muleta, en la que dibujó largos y ligados naturales, aprovechando el buen pitón izquierdo del animal, ejemplar de serio comportamiento que no regaló una arrancada clara por el lado derecho. Llevó a cabo Padilla una faena plena de esfuerzo, pundonor y valor, que caló mucho en el respetable. Tras unos pases por bajo finales dejó una estocada desprendida que escupe y otra en todo lo alto.

Alejandro Talavante virtió pinceladas de su personal plasticidad en los dos recibos capoteros que dibujó, donde meció la verónica y se gustó por chicuelinas. Inició su función muleteril con unos estatuarios en los que sufriría una colada por el pitón derecho, por donde el toro parece avisado. Animal de pocas fuerzas y embestida algo descompuesta que obligó al diestro a cambiar la muleta de mano. Talavante, a base de insistencia y quietud, consigue series de muletazos de estimable trazo. Fue una faena variada y salpicada de pinturerías en detalles espontáneos. Con una buena estocada puso fin a su primer capítulo.

Ante el sexto, un ejemplar de humillada y boyante embestida, el extremeño dejó patente la capacidad de templar las acometidas y de la calidad torera que atesora. Esculpió los muletazos más artísticos y profundos del festejo en un trasteo en el que las tandas se sucedían por ambos pitones tras unos primeros cites en largo y de mucha pureza en la colocación. Faena que fue siempre a más, tanto en excelsitud como en intensidad, que fue rubricada con una gran estocada, con la que obtendría el salvoconducto para salir de la plaza izado a hombros junto a sus compañeros.