MUNDO

La bandera raída de Belfast Este

Jóvenes lealistas toman de nuevo las calles de la ciudad en un conflicto que va más allá de las diferencias políticas

L ONDRES. Actualizado: Guardar
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Este era el año en que Irlanda del Norte se presentaba al mundo con una sonrisa tras tres décadas de 'Troubles' (problemas) y otra de proceso de paz. Londonderry -que su Ayuntamiento nacionalista llama Derry- es capital británica de la cultura. Belfast inaugura su zona portuaria remozada para rememorar el Titanic. Enniskillen acogerá la cumbre del G8 en junio.

Pero en la noche de ayer hubo de nuevo disturbios. Manifestantes lealistas cortaron calles y carreteras y se enfrentaron con policías a los que lanzaron piedras y botellas incendiarias. Ocurrió en puntos diversos de la región en una protesta planeada, pero en los últimos días la atención se había concentrado en Belfast Este, donde se suceden los incidentes desde hace semanas.

Desmenuzar lo ocurrido en ese distrito de la capital norirlandesa -que incluye la sede de su Parlamento y de su Ejecutivo, en Stormont; el cuartel general del Servicio de Policía de Irlanda del Norte, en Brooklyn, y en cuya linde está también el nuevo edificio del máximo organismo de la seguridad nacional, el servicio secreto MI5, en Holywood- es un modelo que ilustra la coyuntura de la región.

Belfast Este es una circunscripción electoral que engloba varios barrios en los que la población es en su gran mayoría protestante, salvo en un pequeño enclave católico, conocido con el nombre de una de las calles que lo limitan, Short Strand. El remate visual frecuente desde viviendas o parques es la grúa amarilla en el astillero de la constructora naval Harland & Wolff.

En los últimos meses ya hubo incidentes en la zona con los desfiles conmemorativos de gestas unionistas por miembros y bandas de la Orden de Orange. Uno de sus flautistas fue filmado en octubre orinando contra la fachada de una Iglesia católica. Pero la actual cadena de disturbios tiene su primer eslabón al otro lado del puente Albert sobre el río Lagan, en el ayuntamiento de la ciudad.

Aunque el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 establece un sistema de Gobierno autonómico que ha de ser compartido por unionistas y nacionalistas, los ayuntamientos son gobernados por mayorías y en el de Belfast es nacionalista. Los concejales del partido más numeroso, Sinn Fein, propusieron que la bandera británica que ondea en el exterior del edificio fuese arriada para siempre.

Naomi Long, concejal del pequeño partido Alianza, alertó de que una decisión de ese tipo crearía problemas en la ciudad y propuso que la bandera de Reino Unido ondease al menos en los días oficiales señalados. El 3 de diciembre su propuesta fue aprobada y en las calles del centro de la ciudad hubo una numerosa manifestación de protesta, que degeneró en disturbios.

Long no es solo concejal. Uno de los resultados más sorprendentes de las elecciones generales de 2010 fue que el líder del principal partido de Irlanda del Norte, DUP, y ministro principal de la región, Peter Robinson, perdió el escaño que tenía en Londres desde 1979 como representante de Belfast Este y el voto a Long superó el que recibieron los dos grandes partidos unionistas.

«Tienen mucha rabia»

Los dos partidos distribuyeron 40.000 octavillas denunciando a Long en los días de la decisión municipal. Si quitar la bandera británica iba a causar problemas en una sociedad gravemente dividida sobre cuestiones de identidad, en Belfast Este adquirió una intensidad especial. Robinson, castigado por revelaciones escabrosas sobre su mujer y sus negocios, quiere recuperar su escaño.

En ese ambiente ya cargado, emerge la UVF, un grupo terrorista que teóricamente se desarmó durante el proceso de paz, pero cuyas estructuras perviven para sustentar los negocios ilícitos de sus miembros. En Belfast Este, la UVF tiene un líder especialmente eficaz en la dirección de estructuras mafiosas y ayudantes que han sido identificados como promotores de los disturbios.

Tras la retirada de los unionistas que no quieren desorden, los que aún salen a las calles sabiendo que la protesta terminará en disturbios y los jóvenes, adolescentes e incluso niños que clausuran el atardecer en Newtownards Road, en el perímetro de Short Strand, batallando con la policía o intercambiando pedradas con jóvenes católicos sobre los llamados muros de la paz, son lealistas.

«No tienen un proyecto, lo que tienen es mucha rabia, y parte de ella es legítima», dice Henry Patterson, profesor de Política en la Universidad de Ulster. Y esa rabia es compatible con la paz de la región -ocasionalmente alterada por pequeñas escisiones del IRA- o con la desaparición como horizonte visible de la unidad política de la isla perseguida por los nacionalistas, tras la debacle económica en la República.

«Estas comunidades no definen la unión a través de la alta política», afirma Patterson, «sino por lo que ven en la televisión y lo que ocurre en la calle». En el terreno inmediato, algunos barrios protestantes de Belfast son los más pobres de Reino Unido. El astillero no asegura ya el puesto de trabajo a una comunidad que, quizás porque tenía esa certeza, no estimula la educación de sus hijos.

Guiados por espontáneos, por figuras persistentes del sectarismo o por sombras paramilitares, distritos obreros de Belfast Este ven que su partido, el de Ian Paisley, también se entiende con el Sinn Fein de Gerry Adams, que Londres gasta millones para aclarar crímenes del Estado pero los líderes del IRA no confiesan los suyos, ven que sus marchas orangistas son desviadas y que ahora quitan del Ayuntamiento la bandera del país. Creen que el proceso de paz no les ha dado nada, aunque tampoco saben qué pueden pedir.