Tribuna

Los tontos del 7

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Son una legión tan numerosa que nadie puede con ellos; ni Teófila, ni Griñán, ni Soraya (póngale el apellido que quiera), nadie es capaz de detener a los tontos del 7, a los gaditanos a un móvil pegado, los que han hecho de las teclas una prolongación de sus dedos, de la cámara un tercer ojo y de la falta de batería un talón de Aquiles que, a base de pitidos en cualquier lugar, no deja de susurrarles eso de «recuerda, eres solo un mortal».

Y no paran. Está uno en el Manteca santificando la gula y vecino de la barra le está haciendo una foto a un plato de chicharrones para colgarla en Facebook a la espera de recibir los aplausos de sus paisanos más sofisticados. Lo mismo le puede pasar si pide un moscatel en el Carretero: no faltará quien lance a Twitter su crítica gastronómica (en términos tan machadianos como 'que güena vida me pego, ojú!') a la espera de que un compañero entre al trapo. Lo más absurdo, créanme, pasa todo el tiempo (como el amor sincero o como las pérdidas de orina), es que los únicos lectores que tendrán esas críticas, post y demás serán los comensales que acompañan al gañán tecnológico anteriormente retratado. Y, mientras cada uno lee lo que su compañero escribió, sonreirá travieso y asentirá ante una respuesta como «jajaja!!! que crack esta exo». Y algún excompañero de facultad, en una perdida ciudad a 2.000 kilómetros, premiará tanta osadía con un 'Me gusta'.

En los conciertos, en la playa, en la Sierra... el excursionista ocasional y el paisano autóctono no dejan pasar el mejor momento para hacer una fotografía con el terminal, darle un toque sepia y permitir a todo Instagram tener la sensación de que se ha transportado a los años 50 merced a un filtro, que es el mismo en sus últimas 70 fotografías. Podría pasarme horas y horas hablando de estos fulanos que usted y yo conocemos y que sabemos que nos tienen rodeados pero, lamentablemente, me acaban de mandar un whatsapp y tengo que responder a mi compañero de mesa...