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Hartos de los políticos

Les da igual no conformar un Panteón de Hombres Ilustres sino un Panteón de Hombres sin Lustre

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Una idea inquietante ha ido escalando desde los párrafos secundarios hasta los honores de portada: en Italia todo va mejor tras sustituir a los políticos por tecnócratas; España entretanto ha ido a peor. El huevo de la serpiente de la desconfianza no es una novedad -el barómetro del CIS lleva años identificando a la clase dirigente como problema nacional- antes con un Gobierno desnortado y una oposición a cara de perro; ahora con un Gobierno prepotente y una oposición abúlica. Nada raro; en Grecia, Samarás desde la oposición torpedeó el pacto del rescate y ahora es el adalid de la ortodoxia, y el socialista Venizelos firmó el pacto desde el poder y ahora abandera la renegociación. Politiqueo de regate corto. Mientras izquierda y derecha en Alemania hacían una 'grossen koalitionen' ante la crisis, aquí la miopía partidaria ha antepuesto el cálculo electoral a cualquier razón de Estado. Así el político pierde el caché de alguien en quien confiar las soluciones. Como ayer espetó el Defensor del Pueblo andaluz en el Parlamento: «La gente está hasta el gorro de todos ustedes». Cancha libre para anhelar al tecnócrata.

Aquí se confunde el prestigio con la prosopopeya del cargo, pero el prestigio político no se cuida encargando tu retrato a uno de los grandes pintores del país. Más allá de la soberbia particular de Cascos recurriendo no a un piadoso figurativo sino a un hiperrealista quirúrgico por doscientos mil pavos, hay toda una metáfora en esa tradición tan española de que cada ministro, cada alcalde, cada presidente de diputación, cada consejero, deje un retrato tras pasar por un cargo. Eso es tener una idea muy pagada de sí mismos, y además muy pagada con dinero público. Les da igual no conformar un Panteón de Hombres Ilustres sino un Panteón de Hombres sin Lustre. Aunque hayas dimitido por corrupción, te espera un cuadro que seguirá ahí cuando se haya olvidado el escándalo; aunque cesaras por irresponsable, te espera un magnífico retrato donde el artista captará tu complejidad moral; aunque te destituyeran por incompetente, te espera esa pintura que vencerá, no como la de Dorian Gray, el paso del tiempo.

La clase política ha renunciado al valor del prestigio. Tal vez era inevitable en un país tan polarizado, donde se vota con el hígado contra la otra mitad sin mirar la categoría de candidatos y listas. Pero bajo el plomo de la crisis eso ya no funciona; y se añoran líderes que hayan estudiado economía más de dos tardes. En fin, desde la política se alerta contra los tecnócratas por no tener ideología, pero ¿alguien recuerda cuando los políticos tenían ideología? Al cabo, entre no tener ideología y no tener ideología ni ciencia, surge la sombra del tecnócrata.