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Un juego muy serio

Aquí venimos de la timba clandestina y acabamos por abrir un bingo en cada esquina

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Se acerca el momento para que el multimillonario Sheldon Adelson señale en el mapa peninsular el punto geográfico donde levantará el macroproyecto de juego y ocio que con un cierto regusto hortera ya se ha bautizado como Eurovegas. Entre tanto, se siguen rasgando las vestiduras quienes ven detrás de los neones solo una gran casa de lenocinio o algunos sindicalistas que temen que el magnate contrate a los pobres parados para pagarles un sueldo «poco digno» o los detectives aficionados de siempre que saben, de buena tinta, que aquello solo será un gran lavadero de dinero negro o un hipermercado de la droga. Sorprendentemente planea sobre la condena del negocio alimentado en la pasión humana por el azar una especie de juicio moral, o más bien pre-juicio moral, sobre el juego y sus circunstancias. Pero conviene recordar que en España el primero que prohibió los juegos de envite fue el general Primo de Ribera y después de un breve paréntesis republicano, Franco los persiguió todos menos la Lotería, las quinielas y 'los ciegos'. Así que los Casinos de provincias acabaron convertidos en centros culturales de reunión donde solo se jugaba al subastao y al chapó -ese billar francés con cinco palillos de marfil en el centro- con apuestas de cincuenta céntimos cada partida. También se esgrimió entonces en la dictablanda y en la dictadura el reproche moral de que el juego solo generaba vicio y depravación. Pero lo cierto es que el potentado estadounidense ha puesto sus ojos en un país que después de cuarenta años de prohibición se entregó al desparrame y no tuvo inconveniente en poner máquinas tragaperras hasta en la más humilde tasca de la última aldea. Y entonces nadie puso el grito en el cielo pese a que estas máquinas esquilmaron más de un salario mínimo entre cubalibres para regocijo del fisco.

Aquí venimos de la timba clandestina aquella que se montaba en cualquier semisotano para que un comisario de Policía, apoderados taurinos, representantes de 'starlettes', periodistas de noche y algún rufián se jugaran fajos de billetes anónimos y acabamos por abrir un bingo en cada esquina. Y los de Cirsa se lo llevaron calentito porque ya sabían que a este país le gusta el naipe, el frontón, los galgos y confiar su futuro a un instante de suerte. Aunque siempre habrá alguien con alma de prohibicionista que quiera evitarlo al final se levantará en un descampado la ciudad de neón y puede que hasta con los años sea tan rentable como Eurodisney. No se trata de reconstruir nuestro maltrecho modelo productivo a base de poner puticlubs sino orientar el ocio y lo lúdico al mercado de los congresos y ferias que encajan como un guante en el gran país de servicios y turismo en que se está convirtiendo España. Si además hay quien se lo juega a la ruleta, bienvenido sea, porque el juego es un negocio muy serio.