Sociedad

Grave percance de Ángel Teruel, que recibe una cornada en la cara en Arles

ARLES. Actualizado: Guardar
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La matinal del Domingo de Pascua en Arles resultó trágica. El primer toro, del hierro de los hermanos Jalabert, hirió de gravedad en la cara a Ángel Teruel. La cogida fue inesperada. Fuera de la segunda raya, Teruel, ya armado con la espada de acero, buscaba igualar al toro para entrar a matar. Trotón y suelto de salida, picado al relance en dos varas duras, derrumbado en dos costaladas después de sangrar, el toro fue problemático. Falto de fijeza, mirón de manso y no de fiero. Se había apalancado. Teruel le anduvo compuesto y sereno. Un punto desconcertado porque el toro se le metió por las dos manos las dos veces que pretendió ligarle dos seguidos. Descubierto al mecer la muleta para cuadrar, Teruel se vio sorprendido por un ataque al bulto y no al engaño. El toro lo empaló por la corva derecha y de brutal tarascada lo arrojo por el aire y a buen vuelo. Teruel cayó de espaldas pero no a plomo porque acertaría a encogerse antes de llegar a tierra.

Llegó la cuadrilla al quite enseguida, Teruel se levantó ligero y al llevarse la mano al mentón se le empapó de sangre la manga. Sangraba con abundancia por la boca y la mandíbula. Se mantuvo entero, pero la herida era tan aparatosa que lo llevaron a la enfermería sin demora. Entró en ella por su pie y del brazo de su mozo de espadas y de su hombre de confianza, Manolo Amores. Luego se supo que llevaba una cornada corrida desde los labios al lóbulo derecho. Las imágenes revelarán si la cornada la cobró el toro en el ataque primero al cuerpo, al empalar a Teruel o al buscarlo en el suelo. Era toro muy armado. 550 kilos, 'Flamenco'. En la enfermería estabilizaron a Teruel, cortaron la hemorragia y le hicieron una cura de urgencia. Lo trasladaron a una clínica de Nimes especializada en cirugía maxilofacial. Se hicieron cálculos de una intervención inmediata. La herida no afectó a la visión, pero sí en apariencia al nervio facial.

La cornada dejó marcada la corrida tanto como las dificultades de la corrida de los Hermanos Jalabert, que se empleó en los caballos con agria dureza, apretando más con los pechos que con los riñones y sangrando generosamente. En banderillas empezaron a pararse todos, con la excepción de quinto y sexto, y en la muleta, con la excepción de esos dos, guardaron pautas defensivas.

Por si las dificultades de la corrida eran pocas, se puso a soplar a ráfagas el mistral, gélido viento norte que hiela la sangre. Fuera del anfiteatro se oye soplar como música diabólica; dentro del viejo circo romano, en cambio, se agita en silencio que lo traspasa todo. El arlesiano Tomás Joubert y el sevillano Esaú Fernández se afanaron con desigual fortuna. Inseguros cuando se sintieron descubiertos por el viento, fuera de cacho porque no cabían confianzas. Porfión Joubert, que pegó algún muletazo bueno. Y tan fresco Esaú, que se alivió con la espada pero resolvió a la ligera las tres papeletas sin ver clara ninguna de ellas, pero sin arrugarse por eso.