Editorial

Compás de espera andaluz

El aplazamiento de medidas impopulares revela una lamentable desconfianza

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Las elecciones andaluzas del día 25 representan en cierto modo el final del ciclo político que se abrió con las autonómicas y municipales del 22 de mayo de 2011 y prosiguió con las generales del 20 de noviembre, que ha otorgado al Partido Popular la mayor concentración de poder que jamás ostentó grupo político alguno en toda la etapa democrática. Evidentemente, este brillante periplo se culminaría con una verdadera apoteosis si el centro-derecha lograra también gobernar en Andalucía, donde nunca lo ha hecho desde el arranque de la comunidad autónoma, en 1981. Puede entenderse, por tanto, que la formación dirigida por Mariano Rajoy ande con pies de plomo en estas vísperas electorales, con tal de no dar argumentos a los adversarios de Javier Arenas, quien prueba fortuna por cuarta vez en esta lid. Para allanarle el camino al candidato, Rajoy ha aplazado un cúmulo de decisiones y medidas. Entre ellas, los indispensables acuerdos con el PSOE para renovar las instituciones, ciertas medidas ingratas pero inevitables como la subida del precio de la luz, la reforma de las administraciones para acabar con las duplicidades de organismos y altos cargos y, por supuesto, los recortes más duros y las subidas de impuestos que sin duda serán inevitables para cuadrar los Presupuestos Generales del Estado para 2012 que también se conocerán después del 25 de marzo. La realidad es que el compás de espera no ha impedido el anuncio de otras medidas polémicas y, en determinados ámbitos, extremadamente impopulares, como la reforma laboral, que ya está en pleno vigor. Sin embargo, la situación del país es tan grave, con esos millones de parados expectantes y esa juventud desolada que se abisma masivamente al desempleo, que no sería seguramente necesario truco alguno para que el electorado, andaluz o de cualquier otra parte, tome las decisiones acertadas y razonables que reclama la coyuntura. Si los partidos confiaran realmente en el buen tino de los ciudadanos en lugar de hacer juegos malabares electoralistas, nos ahorrarían pérdidas de tiempo y energía que en el fondo revelan una dolosa falta de convicción.