Tribuna

Un mundo feliz

SECRETARIO 1º DE LA MESA DEL PARLAMENTO DE ANDALUCÍA Actualizado: Guardar
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Solo un cambio de valores puede hacer posible la felicidad. Mientras que el consumo sea el objetivo último de nuestros esfuerzos será muy difícil lograr niveles aceptables de satisfacción personal y colectiva. La vorágine consumista no nos la podemos permitir, no es sostenible, no es razonable. No hay recursos naturales suficientes en el planeta para garantizar un consumo percapita a toda la población equiparable a los occidentales.

El desarrollo tecnológico y en general el ingenio humano tiene capacidad suficiente para generar los bienes de consumo necesarios para garantizar una calidad de vida digna para todos. El problema es cómo organizar la producción, la distribución y el consumo, en un Mundo en el que se globaliza todo menos la política, la gobernanza, los derechos humanos.

De la misma manera que no ocurre todos los días que 'el cielo caiga sobre nuestras cabezas', tampoco sucederá mañana que en la política internacional prime la solidaridad sobre los intereses, que los nuevos y viejos imperialismos respeten los derechos de los colonizados. Dado que en la tarea de alcanzar una gobernanza del planeta equilibrada y razonable queda mucho camino por recorrer, tenemos que seguir participando en el proceso desde nuestro modesto rincón, con la inteligencia y la determinación necesaria para sobrevivir en el intento.

La crisis económica ha sido catalogada de muchas maneras: económica, financiera, inmobiliaria, etc. Aunque tiene elementos de referencias en todas las direcciones apuntadas, es la combinación de todos la que la convierte en global y sistémica, en tanto que apunta a un cambio de paradigma, de modelo económico, político y social. El proceso está en marcha, la cuestión es cómo subirnos a ese tren, como garantizarnos un viaje lo más placido posible y un lugar cómodo en la estación término.

En las plataformas de comunicación se suele apuntar al descontrol de los mercados financieros, en los que la avaricia de unos cuantos ha provocado la quiebra en cascada de entidades bancarias de referencia mundial, poniendo en cuestión la confianza, que es base de todo el sistema. Aunque a estas alturas esto resulte obvio, no es menos cierto que existen otras circunstancias que no podemos soslayar.

En todo caso deberíamos de llamar a las cosas por su nombre, o evitar que nos confundan los eufemismos, porque en mayor o menor medida detrás de los mercados están todos los que disponen de capitales mobiliarios, por muy modestos que sean, y los depositan en aquellos productos financieros que les generan más beneficios, sin preguntarse dónde ni cómo operan. Tan despreocupados que parecen ignorar el desproporcionado y desvergonzado enriquecimiento de quienes manejan su dinero.

En Europa y más acentuadamente en España, tenemos un grave problema de productividad y en consecuencia de competitividad en los mercados internacionales, por muchas razones que van desde la disponibilidad de recursos naturales, al estancamiento tecnológico, sin olvidar la gran incidencia del factor humano en los procesos productivos, en términos de cualificación profesional y costes laborales. Estar en la vanguardia tecnológica nos ha permitido nivelar los otros factores, pero desde que la tecnología viaja a lomos de la globalización hemos perdido la ventaja competitiva.

La respuesta del ultraliberalismo ha sido nivelarnos a todos por abajo. Aunque la lógica y la dignidad humana recomienda avanzar globalmente en la conquista de derechos políticos, económico y sociales, la respuesta de los mercados es recortarlos a quienes los disfrutan y evitar que accedan los que carecen de ellos.

El riesgo es el populismo, el discurso cínico y la manipulación política de líderes carroñeros que agitan los fantasmas que anidan en el miedo y el desconcierto de todos, especialmente de los más débiles. Tenemos que combatir a ese monstruo que se alimenta de ideas simples, que convierte en enemigos a los diferentes. Hay que desenmascarar a quienes se ponen a dios y a la patria por montera, para prometer la vuelta a un paraíso que nunca hubo.

Frente a las promesas de futuros imposibles y al señuelo de la vuelta al pasado pluscuamperfecto, tenemos que hacer frente a los retos de una realidad cambiante, sin dejarnos embaucar por la fiebre de consumos innecesarios, que atestan las despensas y los armarios, siguiendo las consignas de una publicidad enfebrecida que nos grita o nos susurra al oído, como a ciudadanos ALFA de 'un mundo feliz', 'comprad comprad malditos'.

No podemos instalarnos en la 'dulce' pero masoquista felicidad de la derrota, compensados por la certeza onanista de que tenemos la razón. No podemos contentarnos con empedrar el cielo de buenas intenciones. Hay que luchar aquí y ahora, no diseñar el futuro mientras otros nos gobiernan el presente.

Hay que encontrar respuestas sencillas e inmediatamente aplicables, próximas aunque no miméticas a las mentalidades y anhelos de los ciudadanos, alejadas de las consignas y de los señuelos publicitarios. La felicidad nunca estará muy lejos de los viejos e imperecederos valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad, siempre vividos en paz.