TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

GIBRALTAR ESPAÑOL Y UN MINISTRO POCO DIPLOMÁTICOJarabe de palo

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Se veía venir. «Esta broma se ha terminado», proclamaba con cierta altanería el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, en un programa de Antena 3 durante esta misma semana. La broma era Gibraltar o, mejor dicho, el foro tripartito que desde la era de su predecesor Miguel Ángel Moratinos intentaba aparcar el debate de la soberanía sobre el Peñón, a fuerza de resolver problemas domésticos entre Gibraltar y su campo. Ahora, el nuevo titular de la diplomacia española entiende que debemos volver al proceso abierto por el acuerdo de Bruselas de 1984 que establecía dos puntos de encuentro diferenciados. Uno reservado para asuntos domésticos, en el que habría de sentarse el Gobierno de Gibraltar y la Mancomunidad de Municipios de la zona. Y, a otro nivel, el que concernía a las cuestiones de soberanía respecto a la Roca y en base al Tratado de Utrecht de 1713, cuyo tercer centenario lo mismo tendríamos que conmemorarlo con un castillo de fuegos artificiales el próximo año.

El de Bruselas fue un gran acuerdo con muy malos resultados. Permitió normalizar el tránsito por la Verja a partir de las conversaciones de Ginebra de 1985, pero poco más. En 1987, se alcanzó un acuerdo sobre el uso conjunto del aeropuerto, que no pudo ponerse en práctica y que motivó la caída del legendario sir Joshua Hassan, que dimitió como ministro principal al poco tiempo, dejando su poltrona a Adolfo Canepa quien, al año siguiente, perdía las elecciones a la Asamblea Legislativa a favor del socialista Joe Bossano. Este último no era partidario del acuerdo de Bruselas y se dedicó a ponerle chinchetas en su camino. De entrada, el acuerdo sobre el aeropuerto no se aplicó nunca hasta que, tras ser derrotado el líder del Gibraltar Socialista Labour Party por Peter Caruana, se buscaron nuevas formas de acercamiento. Incluso, bajo el mandato de José María Aznar a comienzos de este siglo, se barajó la especie de una fórmula de cosoberanía para la Roca, un supuesto que los yanitos rechazan porque casi todos exigen el derecho a la autodeterminación para que Naciones Unidas le saque de la lista de territorios que deben ser descolonizados. Tras ensayar otras fórmulas de diálogo como la de Tres voces, dos banderas, que acogía la presencia de Gibraltar en la ronda de negociaciones bajo el paraguas del Reino Unido, se puso en marcha el foro tripartito de Córdoba en el que el Gobierno de Gibraltar lograba voz propia para cuestiones que no afectaran a la soberanía, esto es, las que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos, desde el tránsito fronterizo a incrementar el número de licencias telefónicas o reactivas el acuerdo sobre el uso conjunto del aeropuerto, que entró en vigor, más o menos, veinte años después de su firma. Ahora, los socialistas gibraltareños han vuelto al gobierno calpense y su líder, Fabian Picardo, lleva en su equipo al veterano Joe Bossano. Ni a uno ni a otro les agrada el Acuerdo de Bruselas pero estaban dispuestos a mantener su presencia en el Foro Tripartito. Ahora, el PP vuelve a restaurar la vieja consigna de «Gibraltar español» que siempre ha funcionado en nuestro país a la hora de cerrar filas populistas, frente a un enemigo exterior.

De entrada, resulta poco diplomática la actitud de García Margallo y Marfil que saludó a un eurodiputado británico en Bruselas con ese grito españolista aunque, de inmediato, dijo que se trataba de una simple broma. Como él mismo ha definido al foro tripartito, que se inició en 2004 y que medio dejó en standby Trinidad Jiménez. García Margallo reivindica en ese ámbito de negociación la presencia de delegados del Campo de Gibraltar y de la Junta que estaría bien traída y que figuraba en el programa electoral de su partido si no fuera porque asegura que las cuestiones de cooperación no sólo afectan a los municipios y al gobierno autonómico sino que, al tratarse de una zona fronteriza, hay elementos que siguen siendo de plena jurisdicción del Gobierno estatal, desde los encontronazos entre la policía de Gibraltar y la Guardia Civil del mar, hasta las cuestiones que guardan relación con los rellenos que el ejecutivo gibraltareño ha acometido alrededor de su entorno.

La cosa es que cartas iban y venían entre el Palacio de Santa Cruz y el del Foreign Office, hasta el punto de que el primer ministro británico, David Cameron, en cambio, sostuvo el pasado miércoles ante el Consejo de Europa que corresponde a Gibraltar decidir su futuro. Hay una constitución nueva en Gibraltar que se aproxima a dicha tesis pero no es esa la posición de Naciones Unidas. Así, García-Margallo replicó a tan alto interlocutor enviándole una carta, en la que recuerda que el «derecho de autodeterminación» de los gibraltareños no está contemplado ni en el Tratado de Utrecht, porque en 1713 dicho concepto no existía, ni en las sucesivas resoluciones de la ONU desde los años 50 del siglo XX. Entre la actitud un tanto desinhibida de García Margallo y las pocas ganas de Picardo y de sus electores de seguir en dicho foro, ese asunto está más perdido que el barco del arroz.

Para colmo, Peter Hain, Secretario de Estado para Europa en el Foreign Office allá por 2001, acaba de publicar un libro de memorias en el que describe a Peter Caruana, el anterior primer ministro de Gibraltar, como un hombre capaz de decir nueve frases cuando sólo sería necesario una. También en esa obra asegura que el entonces líder gibraltareño le dio a entender que su Gobierno podría aceptar una solución de soberanía compartida entre el Reino Unido y España, un supuesto similar al de Andorra que llegó a presentarse ante la opinión pública pero que la sociedad gibraltareña rechazó de pleno. Caruana lo niega en redondo y asegura que no hay tal y que existen escritos y otros documentos en los que él rechazó de plano esta iniciativa del Gobierno británico. Pero la polémica está servida. Ahora mismo, desde que en diciembre Caruana fuera derrotado por una coalición que juntaba al Gibraltar Socialist Labour Party de Fabian Picardo con el Gibraltar Liberal Party de Joseph García, los mentideros están que hierven. En su mensaje de nochevieja, el nuevo ministro principal aseguró que las cuentas del Peñón no eran tan optimistas como Caruana las venía presentando y que habrá que adoptar medidas para que la crisis que devora a la Unión Europea no se contagie al Peñón. El caso es que se ha cerrado el grifo de determinadas obras públicas como la construcción de un túnel en el que participaban cuadrillas de obreros españoles que ahora están a verlas venir. La nueva polémica abierta en torno a la soberanía de la Roca, a fin de cuentas, terminará perjudicando a esos currantes y a los miles de compatriotas nuestros que cruzan la Verja todos los días. Ocurrió en el pasado y ocurrirá en el futuro. Es un pronóstico tan seguro como el de que el Foro tripartito tenía sus horas contadas a partir del 20-N. Gibraltar, español, siempre. Pero no de los españoles.

¿De veras piensa el PP que va a resolver sus problemas con antidisturbios? Las lecciones de la historia demuestran que en la provincia de Cádiz nunca funcionó el jarabe de palo sino la negociación política y sindical. La actitud de los antidisturbios en Jerez, durante las protestas de los trabajadores sin cobrar ante el consistorio sin pagar, o la irrupción de la policía en la Facultad de Letras de Cádiz, cuya responsabilidad sigue sin dilucidarse, muestran un rostro de los actuales responsables provinciales del orden público, muy distinto a la cara afable con que los conservadores quieren presentarse ante la opinión pública. Menos mal que, visto a lo visto, no tendrán que llevar a sus electores a las urnas dándoles collejas.