Tribuna

Todos deben contar

CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICO Actualizado: Guardar
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Cuando el gran científico de la política que ha sido el profesor Sartori se adentra en el estudio de las naturalezas de los diferentes sistemas de partidos y llega a la descripción del pluripartidismo, introduce una nueva denominación desde entonces ampliamente aceptada. Puede haber un moderado pluripartidismo limitado con un número de tres, cuatro, cinco grandes partidos que, pese a ser mayoritarios, no alcanzan suficiente número de votos en el hemiciclo, tanto para poder convertirse en Gobierno como para lograr la aprobación de alguna medida de interés. En esos casos, han de acudir a la ayuda parlamentaria de otros partidos no ya mayoritarios, a los que Sartori denomina «partidos que cuentan». A mi entender, esta ha sido la situación de nuestro sistema de partidos: un pluripartidismo limitado con una fuerza mayoritaria (PSOE) que ha necesitado los votos de otros partidos menores 'que han contado' y a los que había que tener presente e, incluso, en algunos casos atraer con alguna concesión a cambio de dicho apoyo.

Tras las recientes elecciones y en puro análisis aritmético, la situación puede cambiar al existir un partido (PP) que ha obtenido la mayoría absoluta y con ella puede gobernar sin otros recursos. Pero ocurren dos circunstancias.

En primer lugar, el líder del partido vencedor, Rajoy, es a ese 'todos' a los que ha llamado en la colaboración política. Con todos ha prometido contar en su gestión como presidente de su Gobierno. Con los que le han votado y con los que no lo han hecho. Generosas palabras de cuyo contenido no hay que dudar de momento. Entre otras razones porque la tranquila estabilidad de un Gobierno no depende exclusivamente del número de votos en el hemiciclo y, aunque así fuera, la duración en el Gobierno tiene también establecida su duración temporal.

Y en segundo lugar por algo que escapa de las voluntades electorales. Hace no mucho, viene tratándose en los estudios de ciencia política, de la cogestión. Y es que hay decisiones políticas que van más allá de la duración de un Gobierno e incluso que alcanzan a varias generaciones. Son las llamadas decisiones 'de largo alcance', que no deben depender de un único mandato gubernamental. Piénsese en la política de energía nuclear, de educación en ciertos niveles, de investigación de altura, de política exterior, et. El hecho de que no se haya actuado así en algunas ocasiones del pasado inmediato no es argumento para olvidar este requisito. Si se olvida, lo único que se obtiene es el caos interno y la desconfianza en el exterior. El pertenecer o no a la OTAN o el aceptar el euro como moneda en el mercado cotidiano no pueden depender de algunos votos en el hemiciclo, ni de una decisión del gobierno mayoritario. Aunque en este error se haya caído en alguna reciente ocasión.

Pero, naturalmente, llamar 'a contar', no significa nunca 'llamar a adherirse'. Es el Gobierno el que, en esencia, está llamado a desempeñar la función que los italianos llaman «de dirección política». De él han de partir las iniciativas sobre las medidas a tomar. Tanto en el sentido de crear, cuanto en derogar o reformar. Para la oposición queda la tarea del control del Gobierno y la preparación de posibles líderes alternativos. Esto se confunde con frecuencia, sobre todo cuando se acusa a la oposición de no presentar opciones o no tener programas. En las últimas elecciones mucho hemos visto de esa afirmación y quizá en esta postura silenciosa ha residido la victoria del PP.

Lo que queremos apuntar no es el batiburrillo en las Cortes cada uno presentando 'su verdad' en un tema o en otro (de esto ya tuvimos bastante en la vida agitada de la II República). Lo que entiendo por contar es la consulta previa para no partir de cero. Y esta consulta puede y debe hacerse incluso al margen de todos los partidos. Hace decenios que no tiene lugar un Congreso de Universidades. Ni de representantes de la administración sanitaria. Ni de medianos empresarios. Estamos llegando al hecho de que, para saber qué se opina y qué hay que hacer, hay que atender a las huelgas en la calle. Y esto es grave: la soberanía está en el Congreso y no en las calles.

Por todo ello, fije el Gobierno unas líneas generales de su política en el tema y acuda de inmediato 'a los que cuentan'. No únicamente a la voz de los sindicatos, que de esto ya estamos sobrados. Sobre todo, a lo que cuenta la sociedad con los partidos menores o con la pluralidad de asociaciones, cuerpos y movimientos. Que esto también es democracia, tal como lo observó Tocqueville en su viaje a Estados Unidos. Una democracia con las puertas abiertas de par en par y no una democracia de militantes o sindicatos.