Anthony Kiedis (dcha.) y Peter Balzary, durante el concierto de Red Hot Chili Peppers en Madrid. :: EFE
Sociedad

Potentes veteranos

La banda angelina ya no es revolucionaria, pero mantiene el nivel con los éxitos de sus antiguos discos Red Hot Chili Peppers encandila a 15.000 fans en Madrid

MADRID. Actualizado: Guardar
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Hay grupos con los que siempre se puede contar en directo. Red Hot Chili Peppers son uno de ellos. Puede que sus últimos discos sean repetitivos, que sus nuevas canciones no tengan el enganche de las de antaño, que los abandonos de miembros cruciales parezcan abocarlos a la desaparición o, peor, a la irrelevancia. Pero cuando se suben a un escenario, con 15.000 fieles enfrente, dan la talla. Ocurrió el pasado sábado en el Palacio de los Deportes de Madrid, en el cierre de la temporada de conciertos internacionales de 2011.

Los Peppers aparecieron puntuales sobre el escenario, mostrando su heterodoxa imagen, la de unos rockeros-surferos tatuados que parecen haber tomado prendas al azar en la caja de saldos de una tienda de segunda mano. Anthony Kiedis, el cantante, lucía gorra de béisbol y una larga levita negra que le duró encima una canción (la camiseta desaparecería poco después); Flea, bajista y piedra angular de los angelinos, se olvidó directamente de cubrirse el torso, así como de bajarse la pernera izquierda del pantalón, por encima de la rodilla todo el concierto. Al batería, Chad Smith, le faltaba el bigote para emular del todo a Super Mario con su mono de tirantes azul, mientras que Josh Klinghoffer, el nuevo guitarrista (y el más joven), era con mucho el que pasaba más desapercibido, y se hubiera podido confundir con el público.

Pero Klinghoffer solo necesita que le pongan una guitarra colgada del cuello para dar espectáculo, retorciéndose mientras toca como si estuviera conectado a un enchufe de alto voltaje. Gracias a eso puede hacer olvidar a John Frusciante, el guitarrista clásico de Red Hot Chili Peppers, que el año pasado protagonizó su salida ¿definitiva? del grupo (ya lo había dejado en 1992). Klinghoffer, un treintañero rodeado de tipos curtidos que ya rondan los 50, no se ve intimidado por la dificultad de su reto, imponiendo con su guitarra un estilo que no se aleja demasiado del de Frusciante pero que tampoco lo imita.

El concierto comenzó fuerte con 'Monarchy of Roses', demostrando que los temas de su álbum más reciente, 'I'm With You', ganan cuerpo en directo. Sin descanso, atacaron con Can't Stop, uno de los momentos álgidos de la noche. Y «atacar» es ahí un verbo clave: cuando los californianos lanzan la caballería en galopantes composiciones de funk-rock, cuando Flea desata el animal que lleva dentro azotando a su bajo como si se hubiera portado muy mal, es cuando toda su potencia se aprovecha al 100%.

Cuando bajan de revoluciones, sin embargo, se echa algo en falta, es como ver a Messi trotar por el césped cuando sabes que puede esprintar y sortear todos los obstáculos. Sucede con los temas de 'Californication' (1999), el estupendo álbum que les dio, merecidamente, una segunda vida a los Red Hot Chili Peppers. Más reflexivas, incluso más pop, ese tipo de canciones frenan el ritmo del directo actual del grupo, haciéndolo languidecer. En los bises de Madrid, se demostró como un error separar dos de sus canciones más grandes en cuanto a sonido ('Give It Away' y 'Dani California'), con un medio tiempo como 'Meet Me at the Corner'.

Pero los Red Hot se pueden permitir casi cualquier cosa, porque la atracción que por ellos sienten sus fans se fundamenta en la continua búsqueda de libertad del grupo, que siempre ha jugado según sus propias reglas, ya sean musicales o estéticas. Así, en lugar de acabar con un éxito, lo hacen con un largo instrumental, fogoso y resultón, pero que en otra banda hubiera provocado miradas de incredulidad entre el público.

En su lugar, fue devoción lo que los Peppers recogieron. Anthony Kiedis se marchó sin despedirse durante el instrumental final, aunque unos minutos había demostrado su agradecimiento al público a su manera: poniéndose al revés, por la espalda, un sujetador negro que le habían lanzado. Flea sí verbalizó su gratitud antes de retirarse: «Muchas gracias, mucho amor», dijo en español.

No es casual que fuera el bajista, figura de segunda fila en los grupos de rock, el encargado de cerrar el espectáculo. Al fin y al cabo, él es la gran estrella de los Red Hot Chili Peppers. Puede que los Peppers ya no sean elementos revolucionarios, pero siguen sabiendo cómo levantar pasiones con sus logros del pasado.