Editorial

El nuevo euro

Convendría evitar que las reformas pactadas se lean como una nueva batalla entre europeos, con vencedores y vencidos

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Las reformas pactadas en la reciente cumbre europea aspiran a ser definitivas, después de un convulso proceso de casi dos años para apuntalar la moneda única. La opción elegida quiere ser al mismo tiempo realista y exigente, aunque nadie sabe todavía cómo será recibida por acreedores e inversores en los países del euro. Por razones políticas, los 27 socios de la UE no están preparados para una transferencia masiva de poderes a Bruselas, para crear un presupuesto federal o un banco central con tareas distintas al control de la inflación a largo plazo. Así que en el fondo se ha elegido profundizar en el diseño original de la Unión Económica y Monetaria pactado en Maastricht en 1992, poniendo esta vez el acento en la disciplina fiscal impuesta desde la Unión, con sanciones reforzadas y una muy necesaria supervisión de los presupuestos nacionales desde Bruselas. Al Banco Central Europeo no le afectan estas modificaciones, pero se sobrentiende que a cambio de la austeridad y de la disciplina se le permitirá actuar de hecho y con más potencia para seguir garantizando la estabilidad financiera a corto plazo. Este es el reto de los próximos días, saber si algunos países de la zona euro pueden seguir financiando su deuda, mientras emprenden reformas de sus políticas y vuelven a pensar en el tamaño y el coste de su sector público. La cumbre europea ha tenido también un resultado político preocupante, el alejamiento del Reino Unido del corazón del proyecto europeo, lo que dará alas a los políticos ingleses que piden un referéndum de salida. Es cierto que los británicos no participan en el euro y por lo tanto es lógico que se autoexcluyan de su reforzamiento, y más si supone perder la capacidad de decidir sobre la regulación del mercado financiero de Londres. Pero la cumbre ha tenido algo de ruptura entre los 27 países de la Unión, para privilegiar a los que forman parte del euro o están dispuestos a unirse a este proyecto. A pesar de todas sus dudas, el Reino Unido aporta mucho a la Unión en términos económicos y políticos y convendría evitar leer las reformas pactadas como una nueva batalla entre europeos, con vencedores y vencidos.