Editorial

Deuda responsable

La Italia institucional debe admitir que se acabó el tiempo de la inestabilidad patológica

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La inestabilidad política ha convertido a Italia en objeto propicio para los movimientos especulativos de los mercados financieros. La aprobación de los presupuestos para 2012 la víspera no bastó para evitar que la prima de riesgo alcanzara ayer los 552 puntos, incrementándose el interés por sus bonos hasta el 7,43%. Si las dimensiones de la economía italiana fuesen más asequibles a la ayuda exterior hoy estaríamos hablando de un país intervenido, como lo han sido Grecia, Irlanda y Portugal. Pero el peso relativo de Italia es tan elevado que no permite el rescate y, a la vez, amenaza gravemente a las demás economías del euro, comenzando por España. Solo la conjunción entre un compromiso de la Italia institucional para recuperar credibilidad garantizando plenamente la aplicación de las medidas de ajuste, la ampliación del fondo de rescate europeo y la asunción por parte del BCE de una compra creciente de bonos sometidos a la presión de los mercados permitiría salir del atolladero. Claro que para eso debería traspasarse la responsabilidad de asegurar la gobernabilidad del país del primer ministro dimisionario a regañadientes, Silvio Berlusconi, al presidente constitucionalmente legitimado para procurar una solución, Giorgio Napolitano. Si la Italia oficial continúa especulando con la disyuntiva entre la constitución de un gobierno de transición eminentemente técnico y la disolución anticipada de las cámaras empujará al conjunto de Europa hacia el abismo de un contagio irrefrenable. Porque lo razonable sería que las instituciones de Roma procedieran a la aprobación parlamentaria de las medidas de ajuste y al nombramiento de un gobierno comprometido en su pronta aplicación para, posteriormente, convocar elecciones. La crisis de la deuda soberana ha puesto en cuestión precisamente la soberanía de los países que la padecen en tanto que se ven sometidos a decisiones de instancias supranacionales y, lo que resulta más crítico, a las convulsiones financieras internacionales. Pero precisamente por eso no conviene confundir la dignidad nacional con la perpetuación de la inestabilidad parlamentaria y de los gobiernos en minoría que se sostenían sobre la seguridad de unos ingresos públicos que aumentaban año tras año. Una lección que, con Italia, deben tener en cuenta todas las democracias parlamentarias.