Los trabajadores municipales han protagonizado numerosas protestas. :: VÍCTOR LÓPEZ
CÁDIZ

«El pueblo ya no puede más»

La indolencia de los últimos años deja paso a la movilización, en un pueblo que ve en el turismo y la industria la salida del túnel La crisis económica y el desempleo castigan con fuerza a los barbateños

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La situación es irrespirable. Barbate agoniza, y eso se nota en las caras, en los gestos, en las palabras que salen de las bocas de los barbateños. Pasear por las calles de este bello rincón de la provincia es encontrarse con docenas de muecas de resignación y de rabia. También abunda la desidia, la resignación a su suerte, aunque ésta en menor medida que hace solo unos años.

Por una mezcla de mala gestión política, coyuntura económica desfavorable, y taponamiento de las administraciones superiores, Barbate se ha convertido en las últimas décadas casi en un pueblo fantasma. Con una actividad inmobiliaria, industrial y comercial casi nula, y sin visos de proyectos faraónicos en la costa que traerían el maná prometido «como pasó en otras ciudades como Chiclana o Conil», los jóvenes barbateños son los que más sufren la profunda crisis económica y el desempleo.

«Aquí la cosa está fatal. Los funcionarios no cobran, pero al menos ellos tienen trabajo». Antonio Muñoz tiene 28 años. Ayuda a su padre en la tienda de ultramarinos de éste, y hace sus pinitos en informática. Este barbateño es técnico superior de telecomunicaciones y no encuentra trabajo ni puede independizarse. El joven solo acierta a dar las gracias «por no haberme comprado una casa antes de que me echaran de la tienda donde trabajaba», recuerda.

El drama que se vive en España con casi cinco millones de parados y la falta de salidas profesionales para los jóvenes se agranda como en ningún otro sitio en un municipio arrinconado entre la servidumbre militar de la Sierra de El Retín y los mejunjes ambientales del Parque Natural de La Breña.

«Últimamente no damos abasto. Hay muchos barbateños que necesitan alimentos, medicinas, que vienen a pedirnos ayuda porque tienen necesidades básicas que no tienen para comer». Estebana Ávila es presidenta de la Asociación Baessippo 2000, una asociación sin ánimo de lucro que lleva varios meses percibiendo cómo se dispara su atención social, y cómo la calidad de vida y el bolsillo de muchos se deteriora sin remedio.

El impago de las nóminas de los trabajadores públicos es solo la punta del iceberg. Pero obviamente también afecta, como no podía ser de otra forma, a cientos de familias. José Ramón López explica acodado en la barra de uno de los bares de la Avenida del Generalísimo una teoría muy peculiar, que comparten muchos ciudadanos del pueblo. «En Barbate había solo una gran empresa: el Ayuntamiento. Y ni esa funciona ya».

Razón no le falta. Los más de 300 empleados municipales, entre los que hay barrenderos, basureros, policías o ingenieros, apenas tienen ingresos desde hace meses las están, y confiesan que las están «pasando canutas» para pagar la hipoteca o ayudar a sus familiares en paro, como venían haciendo hasta ahora.

Desde los sindicatos UGT y CC OO se explica que hay casos de limpiadoras que mantenían a cuatro o cinco personas con su sueldo de apenas 1.100 euros. Barbate lleva años vinculado a la economía de subsistencia. En ocasiones muchos lugareños han traspasado la barrera de lo legal, «buscando el pan para nuestros hijos», aseguran. En el pueblo hay quien todavía piensa que «aquí o te metes en la droga o no sales adelante».

El alcalde, el socialista Rafael Quirós, ya lo apuntó hace meses. «Si no se dan salidas a los chavales, volveremos a tener esos problemas», auguraba. Y es que la única salida para muchos es el trapicheo. Pero ni para eso llega ya. El término municipal barbateño no tiene aquel 'atún y chocolate', que rezaba en la película. En sus calles hay gente con talento, arrojo, son personas preparadas y cualificadas, hay innovación empresarial, firmas de primer nivel en sectores como las conservas, etcétera.

Pero Barbate sigue marcada por un extraño estigma. Así lo explica Juana María Romero, una joven que pasea a su perro con desgana ya bien entrada la tarde en la localidad. «Ni las manifestaciones, ni las portadas, ni siquiera lo que dice el alcalde hará que se vaya esta crisis, pero es bueno que por lo menos nos oigan».

De sus palabras se sacan varias conclusiones. La principal es que algo está cambiando en este pueblo donde hasta ahora la mayoría se quejaba de lo difícil que era encontrar trabajo, mientras subsistía con ayudas, «buscándose la vida con las piñas o la pesca y llorando». Ayer en las calles de Barbate se respiraba la sensación de que «la cosa no puede ir peor», y de que «hay que despertar de una vez».

Quizás esa sea la clave para salir de una situación límite que tiene a la deriva a todo un pueblo. Habrá que ver si la construcción de los hoteles de lujo que se anunciaron, la conversión del sector pesquero hacia la pesca sostenible o el despegue de la industria que está por llegar es capaz de poner fin a este drama que condena a todo un pueblo.