Editorial

Sacrificio en Afganistán

La muerte de otro militar ratifica la necesidad de que Kabul asuma las tareas de seguridad

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Un suboficial de la infantería española murió el domingo en Afganistán a manos de la guerrilla local mientras cumplía su cometido como miembro de un Ejército que, con una cincuentena más de todas las latitudes, se empeña allí en impedir la vuelta a un régimen talibán. Y que asiste en todos los órdenes al nuevo, creado sobre un proceso de institucionalización que, aunque imperfecto, es hijo de un proceso electoral, se atuvo en su día a las decisiones de la 'Gran Asamblea' tradicional ('Loya Jirga') y está internacionalmente reconocido. Recordar sucintamente estos hechos no es ocioso porque, sea cuales fueren los progresos sobre el terreno -muchos, pero poco publicitados, ahogados por las acciones militares o terroristas- o los avances de las nuevas autoridades en función de los calendarios previstos, la guerra es cada día un poco menos popular en Occidente, donde varios de los países pioneros en el despliegue, como Canadá o Francia, están comenzando a ejecutar sus planes de regreso de sus fuerzas según lo pactado en su día. España tiene también un calendario de retirada: gradual, paulatino y coordinado con sus socios de coalición y la gran operación que empezó a finales de 2003 con una intervención norteamericana como represalia por el 11-S (el Gobierno afgano acogía a Bin Laden y no hizo nada por neutralizarle). Después, la ONU legitimó una acción internacional con la resolución 1386 basada en la consideración jurídica del régimen talibán como socio de al-Qaida y co-responsable de un ataque armado a un miembro de las Naciones Unidas. Con todo, los hechos prueban que la mejor estrategia, inspirada de hecho en Washington, es entregar la responsabilidad de la seguridad y la defensa del nuevo Estado a los propios afganos en 2014 y a eso se dirige el vasto programa de entrenamiento para la creación, muy avanzada, de una Policía y unas Fuerzas Armadas nacionales en un Afganistán pacífico. España tiene un papel en ese programa y el sargento Moya trabajaba en el mismo cuando fue abatido. Su muerte no será inútil, como no lo es la de los casi cien españoles que han perdido allí sus vidas.