Editorial

La crisis del euro

Se necesita inteligencia y técnica europea y sobran nacionalismos y euroescepticismos

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La moneda única europea todavía no ha conseguido esquivar su peor crisis. Grecia, Irlanda y Portugal están sometidas a durísimas medidas impuestas tras su rescate y si no empiezan a crecer no podrán devolver sus deudas. Francia, Italia y España son vulnerables a los ataques de los mercados, que no se fían del todo de la capacidad de pagar los bonos soberanos de estos países. La clave en este contexto es abordar la situación con una vision europea común y hacerlo con mayor decision, para atajar de una vez por todas el contagio facilitado por la incompleta estructura del euro. Hasta ahora, los países de la Unión Europea y las instituciones de Bruselas han dado pasos muy importantes para fortalecer la supervision europea de los mercados financieros, someter a controles europeos los presupuestos nacionales y asistir a los países incapaces de seguir financiándose. En este sentido, la autorización la semana pasada del Parlamento alemán de ampliar el fondo de estabilidad del euro ha sido una buena noticia, pero no es suficiente. La pareja franco-alemana parece haberse dado cuenta por fin de que ante una situación excepcional se necesitan medidas extraordinarias y de nuevo todos los ojos están puestos en lo que propongan en la siguiente cumbre europea. Es preciso que los líderes europeos se decidan a reformar el gobierno económico de la zona euro. Los países pertenecientes a la moneda única deben dotarse de mecanismos eficaces de coordinación de sus políticas fiscales y de instrumentos que les permitan ayudar por separado a los bancos con necesidades de recapitalización y a los Estados más endeudados. Se necesita inteligencia técnica europea y sobran nacionalismos y euroescepticismos miopes. El país que más tiene que perder en esta crisis es Alemania, pero parte de su clase dirigente todavía no ha aceptado su responsabilidad frente al resto de los europeos. La transferencia de nuevos poderes económicos a Bruselas no está exenta de problemas legales y de rechazo social en algunos estados miembros, pero la alternativa es mucho peor para el conjunto de la Unión Europea.