EL OJOPATIO

CUATRO REGLAS

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Una apacible tarde machadiana de cielo entordado y lluvia tras los cristales pone el culmen a un inquietante verano marcado por el frenético ritmo de los mercados financieros y su insoportable prima de riesgo, el anuncio de nuevas elecciones, la insólita imagen de nuestros políticos trabajando en pleno estío y, como telón de fondo, la nostálgica melodía de los encantadores locos del 15 M. Me traslada esta tarde, en la que escribo junto a Guadalcacín, al entrañable contexto en el que -décadas atrás- recibíamos las recomendaciones propias de un nuevo curso escolar. Así, como en aquel recuerdo infantil del poeta, me viene a la memoria la monocorde cantinela con la que crecimos algunos: «Si quieres ser algo en la vida debes aprender y dominar cuanto antes las cuatro reglas». Para aquellos sabios consejeros tales habilidades nos abrirían de par en par todas las puertas. Se referían evidentemente a las operaciones aritméticas pero, al hilo de lo que estamos, no puedo evitar aludir metafóricamente a la práctica de dichas destrezas en nuestro cotidiano proceder. Sin cohesión social no hay desarrollo posible, me apuntaba Juan Balaguer en una densa conversación sobre la desapasionada actitud de los gaditanos, el increíble potencial de nuestra ciudad y la importancia de aprovechar los fastos del doce para promover en encuentro entre ambos. Insistía con razonamientos económicamente calculados en que las dificultades para sentarnos a analizar colectivamente la realidad que nos afecta, para resolver dialogando las normales discrepancias y conflictos nos empobrece y sitúa en desventaja frente a otros colectivos y comunidades. Es básico y fundamental en esta ciudad nuestra practicar la adición que tanto nos cuesta. Aprender a reconocer la dedicación de quienes apuestan por el bienestar colectivo y el progreso. Alimentar ilusiones. Solo así nos abocaremos al necesario trabajo en red y al establecimiento de alianzas en mutuo beneficio. Por el contrario habrán de ser desterradas de nuestro comportamiento la descalificación y la confrontación, que inevitablemente restan y nos debilitan. Si aspiramos a conseguir algo como comunidad ciudadana, si deseamos que se nos abran todas las puertas, tendremos que emplearnos mucho más a fondo en mejorar nuestras destrezas para sumar y, consecuentemente, multiplicar.