PAN Y CIRCO

EL PECADO DE LA MEDIOCRIDAD

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El presidente de la RFEF, Ángel María Villar, uno de mis personajes favoritos cuando tengo que descargar toda mi rabia sobre lo inexplicable de este mundo, visitará el próximo martes Cádiz para entregarle al club que todavía preside Enrique Huguet un recuerdo con motivo de su centenario. El ruido de flashes, los acompasados golpes en la espalda, las falsas sonrisas, un menú de los que quitan el hipo y te dejan la cartera con telarañas en el restaurante con más tenedores de la capital y una siesta reparadora en una suite de lujo formarán parte de la apretada y exigente agenda del eterno mandatario del balompié hispano. Al señor Villar no se le conocen escándalos de índole sexual ni monetario al uso. Su patente mediocridad profesional sabe llevarla a rajatabla hasta el aspecto más personal, así que por ahí no esperen sentados a pillarle. Donde queda perfectamente retratado es en su diario quehacer porque no es de esos tipos que uno diga que ayudan a mejorar nuestra condición humana, pero tiene una tremenda virtud: en el país de los ciegos, él ha sabido ejercer a la perfección de tuerto. En una sociedad donde la mediocridad es un valor siempre en alza, él sigue siendo el rey. Nunca le oirán una expresión malsonante, ni una salida de tono a destiempo porque, perfectamente parapetado en su supina ignorancia, se limita a no saber hablar. A Villar se le aguanta mejor cuando tiene la boca cerrada, pero resulta infinitamente más divertido cuando nos concede el privilegio de abrirla. Es, entonces, cuando forma parte de esa fauna que encabeza el añorado Ruiz de Lopera, personajes zafios que solo pueden salir a la luz en un país como España, pero que con sus memeces vienen a alegrarnos nuestra jodida existencia. Viene Mr. Villar, casi nada al aparato. Bien, pues les garantizo que habrá tortas para hacerse una foto con él. Es lo que tiene el pecado de la mediocridad.