Editorial

Boda del año

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La boda del primogénito del Príncipe de Gales con Catalina Middleton fue ayer un fenómeno mediático de alcance mundial. También supuso una gran fiesta para la ciudadanía británica y un momento feliz para la monarquía que encabeza Isabel II. Tras una etapa 'horribilis' marcada por el trágico fallecimiento de Diana de Gales, la institución real ha sacado fuerzas de flaqueza y parece haber recuperado una senda de indiscutible popularidad. Tanto que muchas voces reclaman a la reina Isabel que, de abdicar, lo haga en su nieto Guillermo, que goza de muchas más simpatías que su adusto padre. El acontecimiento nupcial ha proporcionado ocasión de reflexionar sobre la vigencia y el encaje de la monarquía en un mundo racionalista y escéptico como el de nuestras actuales democracias. Y ha sido curioso constatar cómo destacados portavoces intelectuales, como el periódico republicano 'Le Monde', han registrado la adhesión que reciben y la reconocida funcionalidad que poseen las monarquías europeas, instituciones generadoras de unidad y consenso muy potentes frente a algunas repúblicas que naufragan entre personalismos mediocres y divisiones partidistas.