UN BUEN VECINO

Hemos tardado mucho en saludarnos en el descansillo de la escalera y más aún en la puerta del ascensor, quizá porque nosotros subíamos andando, pero Francia se ha convertido en el vecino ideal. La Policía de ese país lleva algún tiempo apuntándose los mejores éxitos de la nuestra en la lucha antiterrorista y ahora también quiere tomar la iniciativa en el mantenimiento de la llamada Fiesta Nacional, que también es suya. Los aficionados a los toros de allí se han adelantado a los de aquí. El desafío de todo epígono es superar al maestro y el Ministerio de Cultura francés se ha anticipado al aprobar las corridas de toros inscribiéndolas en la lista oficial del Patrimonio Cultural. Están haciendo el paseíllo antes que nosotros para pedir la llave de la Unesco y que se reconozca el derecho a que vaya a los toros todo el que le gusten los toros.

A Larra y a Goya se les acusó de «afrancesados». La definición encubría un insulto, pero era un piropo. Luego variaron las cosas, cuando Picasso se retrataba en barrera en la plaza de Arlés y cuando Jean Cocteau bajaba hasta el Sur caliente, que sigue pidiendo camelias blancas, para aplaudir a los banderilleros. Un español amoris causa el gran Cocteau. Descubrió que las jábegas tienen ojos de egipcio muerto y que el ring donde compiten los púgiles puede ser una habitación con salida a la gloria o, al menos, a la redención.

Es curioso que la propuesta francesa coincida con la apertura del telón de la Monumental de Barcelona. ¡José Tomás, sálvanos! Es el grito de los aficionados catalanes. Su reaparición, si las autoridades no lo impiden aunque haga buen tiempo, será en esa plaza y más que una reaparición será una resurrección. Fue un milagro que siguiera vivo después de la cornada de Aguas Calientes. También será milagroso que no asfixien a los cráteres ibéricos. Francia acude al quite y nos echa un capote. Hay que darle las gracias y que Dios reparta la suerte, que se está cayendo de los carteles.