Economia

Portugal sucumbe a la maldición del 7%

El país vecino ya no puede costear su refinanciación ni cumplir el programa recorte del déficit

MADRID. Actualizado: Guardar
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La maldición del 7% ha llevado a Portugal a pedir el rescate financiero a los socios europeos. La crisis política retrasó este desenlace, que se veía venir desde que, a comienzos de año, el tipo de interés que el Estado luso debe pagar a los compradores de sus obligaciones a diez años rebasó ese porcentaje, considerado por los expertos de riesgo extremo, hasta escalar al 8,6%. Ocurrió después de que las autoridades lusas, presionadas por Bruselas, tuvieran que reconocer a su pesar que los 'números rojos' de sus cuentas públicas habían superado en 2010 el límite del 7,3% del PIB comprometido.

El Gobierno anunció que el país había recaído en la recesión, y admitió que no percibía una salida a corto plazo. Con una larga lista de ajustes pendientes, cualquier medida de impulso estaba descartada. Las agencias de evaluación le dieron la puntilla, al calificar el bono luso en niveles de deuda 'basura', pese a ser conscientes de que el Tesoro tenía que responder a unos vencimientos de 9.500 millones de euros antes del verano.

Portugal no sufre, como España, las consecuencias de recientes excesos. Arrastra un largo periodo de estancamiento. Por eso no hay comparación posible entre los dos países. Pese a las amargas secuelas que le han dejado tres lustros de bonanza -el estallido de la burbuja inmobiliaria, el deterioro del tejido productivo- España ha sacado partido de lo que va de siglo, mientras que para su vecino esta etapa transcurrió con más pena que gloria. Hoy Portugal está peor que hace diez años.

La oficina estadística europea lo refrenda con sus datos. Los ha calculado en poder de compra, una 'moneda' común que permite comparar a los países eliminando el efecto de las diferencias de precios. También se han actualizado para todo el periodo respecto a la UE de 27 miembros, lo que elimina el 'escalón' de la incorporación de los socios de la antigua Europa del Este a mitad del periodo. En 1992, en vísperas de la anterior recesión, el PIB por habitante de España alcanzaba el 92% de la media comunitaria, mientras el de Portugal se quedaba en el 77%. En 2000, España había escalado al 97%, y Portugal llegó al 81%. Pero Lisboa tocó techo ahí y después todo fueron retrocesos. Ya en plena crisis, la comparación realizada en 2009 todavía coloca a España con un 103% del promedio, tras alcanzar el 105% en 2007, y Portugal había retrocedido al 80%.

La crisis deprimió una economía que, sin llegar a despegar, había acumulado en años anteriores a 2007 notables desequilibrios, como el alto endeudamiento de las familias o una deuda pública que tras dispararse con los gobiernos de Durao Barroso y Sócrates, ya supera el 92% del PIB y está en un 65% en manos de la banca extranjera. Con este nivel, pagar el dinero al 7% supone, para una economía como la portuguesa, destinar cada año hasta un 6% de su PIB solo al abono de los intereses de la deuda del Estado.

Déficit

El déficit de las administraciones públicas ascendió en 2010 al 8,6% del PIB, y el paro registrado rebasará este año el 11% si bien los expertos apuntan a que este relativamente contenido porcentaje se debe a una alta proporción de actividad sumergida (personas que no se apuntan al desempleo). Como en el resto de Europa, la escalada del petróleo y los alimentos ha provocado un repunte de la inflación.

Cuando Grecia sucumbió a la presión de los mercados los especuladores buscaron un nuevo objetivo entre los países del euro. Lo encontraron en Irlanda, que vio destrozado su presupuesto ante la necesidad de socorrer a un sistema financiero en quiebra por su gran exposición al inmobiliario. Portugal supo entonces que era la siguiente pieza a cobrar, al ver encarecerse en el mercado la financiación para atender sus cada vez más apremiantes compromisos de pago.

Para hacer frente a las dificultades, el Gobierno del socialista José Sócrates llegó a acordar con la UE tres planes de estabilidad en un año. Incluían la subida del IVA, recortes de beneficios fiscales y de la inversión pública y todos fueron pactados con la oposición, pero levantaron fuertes protestas. Ya en la primera legislatura, entre 2005 y 2009, el Ejecutivo del PS portugués había aplicado ajustes que le enfrentaron a los sindicatos y funcionarios.

Pero el coste de la financiación siguió aumentando. Un cuarto plan de ajuste, con duras medidas de austeridad -recorte de pensiones, congelación de sueldos públicos, reducción de gastos en el sistema de salud que iban a permitir 9.600 millones de ahorros adicionales- fue rechazado en la Asamblea de la República. La dimisión de José Sócrates colocó a Portugal al borde del rescate, y días después llegó la petición final de auxilio a Bruselas.