Opinion

El tabú nuclear

El símbolo fue aquella inolvidable pegatina solar como contraseña de la nueva tribu

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En diciembre de 1953, el presidente Eisenhower pronunció ante la Asamblea de la ONU un legendario discurso cuyo título: 'Átomos para la paz', simbolizó durante décadas la esperanza estadounidense de hacer olvidar Hiroshima y Nagasaki promocionando el uso pacífico de la energía atómica. Sin embargo, durante la Guerra Fría aquellas cuatro palabras también tuvieron una segunda acepción relacionada con la disuasión de los misiles nucleares como garantía de la paz mundial. Comenzó entonces una asombrosa operación de comunicación y propaganda hacia la opinión pública que cuajó en fuertes inversiones por medio mundo donde empezaron a proliferar decenas de centrales nucleares en una frenética carrera por el futuro.

El complejo equilibrio de proyectar ante la opinión pública la doble percepción del átomo como arma amenazante y como una inagotable fuente de energía limpia, barata, casi inofensiva, encerrada en aquellos sarcófagos de hormigón armado se logró a base de filmes de 007 y documentales en formato NO-DO. Pero la resaca de mayo del 68 alumbró una nueva corriente ecologista vinculada a la moda hippy, las guirnaldas de flores, el nudismo, la fogata en la playa al atardecer, que rápidamente se transformaría en un movimiento antinuclear bien organizado y financiado que devino la otra cara de aquel eslogan de átomos para la paz: 'Nucleares no gracias'. Y el símbolo se encarnó en aquella inolvidable pegatina con un sonriente sol amarillo-naranja que todos los Citroën 2CV de la época adoptaron como contraseña de la nueva tribu. El movimiento prendió en España como en pocos rincones del mundo. Un acabado cóctel de pacifismo que confundía la gimnasia con la magnesia; la presumible financiación de las nacientes organizaciones medioambientales desde el lobby petrolero, y la magistral asociación de lo antinuclear con lo moderno terminaron la tarea. Estaba creado el tabú nuclear para los restos. Millones de horas solares después con los paneles oxidados en algún lugar de la meseta y en desportillados chalés de urbanizaciones baratas comenzaba a abrirse paso lentamente el revisionismo nuclear. Hasta que llegó Fukushima.

El grave accidente de la central japonesa hará retroceder años el debate desapasionado sobre la energía que surge del uranio y del plutonio. Pero la catástrofe que ha conmovido los pilares del Pacífico encierra en sí misma la paradoja de la energía sin la cual no hay futuro pero cuya combustión amenaza el planeta. Fukushima ha mostrado su vulnerabilidad sobre todo a las grandes inundaciones. Y es precisamente el cambio climático producido por el CO2 -que no emiten las centrales nucleares- el factor que podría desencadenar el temido deshielo y barrer las riberas del mundo. ¿Y entonces qué?