MUNDO

La revolución derrota a Al-Qaida

La movilización popular demuestra que el cambio no necesita de violencia

RABAT. Actualizado: Guardar
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Desde las montañas del norte de Pakistán o donde se encuentre el lugar en el que se esconde Osama bin Laden, el líder de Al-Qaida debe de estar aún preguntándose qué es lo que ha ocurrido en el mundo árabe en los últimos dos meses. Aquellos pueblos a los que los terroristas dicen defender y representar han conseguido dar una lección tanto a los violentos como a los que creían que solo conseguirían librarse de los tiranos gracias a los tanques extranjeros.

«Estas revoluciones árabes han desacreditado las tesis de Al-Qaida», reconoce Mohamed Darif, experto en islamismo, para quien «la juventud árabe, sea laica o islamista, ha demostrado que se puede derrocar a los regímenes sin recurrir a la violencia». Este mensaje pone a la red terrorista en «una situación difícil», explica el politólogo marroquí.

A pesar de que tanto Hosni Mubarak como Zine el-Abidine Ben Alí, y ahora Muamar Gadafi, han agitado el fantasma del islamismo radical para intentar deslegitimar las protestas, Al-Qaida, coinciden los expertos, no ha tenido ningún papel en los movimientos antigubernamentales que sacuden los países árabes. La velocidad y efectividad con la que los jóvenes han conseguido derrocar a los viejos dictadores, sin necesidad de organización política, apoyo extranjero o armas, resta aún más argumentos a los terroristas, que con su política asesina solo habían logrado que los regímenes recortaran brutalmente los derechos humanos para preservar la seguridad.

La pregunta está ahora en si Al- Qaida intentará aprovechar la situación para tomar posiciones. El propio Ayman al-Zawahiri, lugarteniente de Bin Laden, lo ha intentado a través de algún mensaje ventajista en el que ha pedido a los jóvenes que utilicen el momento para instaurar regímenes islámicos en Túnez y Egipto. Muchos se preguntan si es que Al-Zawahiri no tenía televisión y no había visto las imágenes de la plaza Tahrir, en El Cairo, donde musulmanes, cristianos y agnósticos, barbudos y chicas sin velo, pedían democracia, justicia y dignidad sin mencionar ni una sola vez la religión entre sus demandas.

La amenaza del GICL

«Al-Qaida lo va a tener difícil para encontrar un lugar en Egipto y Túnez», afirma Mohamed Darif. Sin embargo, en Libia, «podría fácilmente hacerse un hueco», reconoce este profesor de Políticas de la Universidad Hassan II de Casablanca. Gadafi ha querido hacer creer que los manifestantes pertenecen a Al-Qaida «y eso sabemos que no es cierto, pero no debemos olvidar que en Libia existe el fenómeno del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL)», apunta Darif.

El GICL, vinculado a Al-Qaida, fue fundado en los 90 por libios que habían luchado en Afganistán contra la ocupación soviética, y ha sido fuertemente reprimido por Gadafi, que encarceló a la mayoría de sus miembros. En los últimos tres años, el régimen había puesto en marcha de la mano de Seif al-Islam, hijo del coronel, un programa de reconciliación y reinserción de los presos del GICL, y los ha libera poco a poco. El mismo día que estallaron las protestas, el 17 de febrero, varios reos islamistas eran puestos en libertad.

«Si Occidente fomenta la instauración de una democracia en Libia, entonces quizás se pueda apartar a ese fantasma», asegura el politólogo, para quien es «la exclusión social y política la que impulsa a la gente a radicalizarse y Al-Qaida se beneficia de ello»