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LA 'ROLLEI' DE PEPE PASTOR

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Nadie les vio nunca separados. La cámara de Pastor, que él utilizó durante 70 años no solo para mirar, sino para que los demás pudiéramos ver, era como su escapulario. Una insignia avizorante, que tenía algo de mueble y de juego de espejos.

Cuando le conocí, allá por el Antiguo Testamento, tenía un loro en el hombro y hablaba muy fuerte. Le gustaba pasar advertido, cosa que por otra parte era inevitable, ya que llevaba un anuncio luminoso en la cabeza. El gran fotógrafo tuvo siempre, como algunas figuras de los belenes, una oveja en la cabeza. Era como un griego que hubiese nacido en Linares, pero un griego «caracul», que decía César González-Ruano, con el que hizo grandes entrevistas, cada uno desde su punto de vista.

A Pepe Pastor le acompañó siempre su leyenda. No es fácil pilotar un avión de la República, uno de aquellos llamados 'moscas' que me bombardearon mi infancia, y ser después el fotógrafo oficial en El Pardo y después en las Cortes. Lo que más le gustaba era la Glorieta de Bilbao. No era él un bebedor, sino un veedor, pero desde la calle Larra nos íbamos con Fernando Vadillo por aquellos gloriosos bares cercanos. Admirable, liberales compañeros del 'Arriba' y del 'Marca'. Creía él en la vida y en la calle y ambas cosas las pateó hasta el borde mismo de los 90 años. Algunos datos no cuadraban con sus calendarios, pero nadie preguntaba nada. Lo que importaba era la conducta y una entusiasta manera de entender eso que se llamaba periodismo, al obligado margen de sus posibilidades.

Me acuerdo de que me llevó en su moto a Toledo a entrevistar a Fermina, la mujer de Bahamontes, cuando éste entraba ganador en París. Qué tiempos. El era capaz de todo y yo era capaz de ir de 'paquete' en la moto de Pastor. Tengo que llamar a Aguinaga, que se acuerda. Ya casi no me quedan contemporáneos, quiero decir coetáneos. Con esto del tiempo y de los muertos, siempre me hago un lío.