editorial

Extrapolación catalana

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Unas elecciones parciales como las catalanas en un país tan complejo como España admiten análisis desde ópticas muy distintas y, desde luego, una lectura estatal, a pesar de que los socialistas, tanto del PSC como del tronco federal de este partido, principales perdedores en la consulta, niegan semejante extrapolación, que les suscita negros presagios. La ‘débacle’ del ‘tripartito’ tiene varias causas, y entre ellas, la evidente deriva ideológica de una alianza en que el engrudo común no consiguió en ningún momento vencer la heterogeneidad de sus partes. Pero especial responsabilidad tuvieron en el desastre el partido mayoritario y sus sucesivos líderes, Maragall y Montilla, que lanzaron a Cataluña a una reforma institucional imposible, que arrancó en 2003 con la irresponsable aquiescencia de Zapatero y que acabó de naufragar hace unos meses, con la inexorable sentencia adversa del Tribunal Constitucional.

Así las cosas, y aunque la crisis económica ha desgastado indudablemente a todos los poderes en todas las instancias, no es admisible la tesis, esgrimida ayer por Montilla, de que el ‘tripartito’ ha caído víctima de la crisis económica. El pésimo resultado del PSC, el peor conseguido por los socialistas catalanes desde las autonómicas de 1980, se ha debido, pues, a la pésima actuación del gobierno que ha encabezado, en primer lugar, y, en última instancia, a su desorientación ideológica, ya que sus veleidades nacionalistas han generado un fuerte rechazo en su clientela natural, progresista y obrerista, sin ser por ello verosímiles para los nacionalistas de siempre. Y todo ello se ha inscrito en un ambiente general de cambio de ciclo, que desde luego afecta en primer lugar al PSOE. En Cataluña, sin embargo, no debe precipitarse el análisis: si la izquierda ha salido derrotada, no está claro que la derecha haya resultado favorecida. La victoria definitiva de CiU frente al ‘tripartito’ no significa otra alternancia sino una especie de regreso al orden natural de las cosas. Así lo ve al menos el nacionalismo que, como en Euskadi, se cree portador del destino de la patria en su quehacer político.