El alcalde, Fernando Martín, en el campanario. :: FOTOS GABRIEL VILLAMIL
Sociedad

Adobes para no morir

La localidad abulense de Gotarrendura, premiada por su edificación sostenible, combina tierra y paja con las energías renovables para atraer a nuevos vecinos

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El espíritu emprendedor de santa Teresa ha calado en una localidad, la suya natal según los vecinos, que pasa desapercibida en la llanura de la meseta castellana y sus vastos horizontes. A 20 kilómetros al norte de Ávila, en la comarca de La Moraña, cerca de Arévalo y de Fontiveros, cuna de san Juan de la Cruz, Gotarrendura se divisa como un pueblo aparentemente sin grandes atractivos. Sus casas de adobe de una sola planta no tocan el cielo, pero conservan la arquitectura autóctona, tierra y paja, y la inevitable huella del ladrillo mudéjar. La iglesia, del siglo XVII, es la única que se erige majestuosa, con su nido de cigüeña, en esta localidad de 200 habitantes censados, aunque sólo unos ochenta transitan sus calles en invierno.

El municipio llevaba el camino de la despoblación, como centenares de ellos en las zonas más deprimidas de España, hasta que en 2003 un nuevo alcalde se empeño en finiquitar su agonía. Fernando Martín revolucionó a sus habitantes, la gran mayoría jubilados, y les convenció para implicarse en un trabajo ímprobo pero ilusionante. Así comenzó una laboriosa aventura que ha dado ya frutos insospechados: la escuela se ha reabierto, han sido pioneros en la producción de energía fotovoltaica y en combinar edificación sostenible y conservación del patrimonio. De ello dan fe los numerosos premios obtenidos.

Uno de ellos, el del IDAE (Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía, dependiente del Ministerio de Industria) en 2008.

El jurado de arquitectos y urbanistas elogiaron la reconstrucción del albergue de peregrinos, que acoge a los andarines que cubren el Camino de Santiago del Sureste, con origen en Valencia y Murcia. Era la antigua casa del maestro. La rehabilitación consistió en desmontar parte de sus adobes y volver a colocarlos uno a uno. Una de las paredes compendia los materiales autóctonos utilizados en la zona. Abajo, el granito, separado del tapial y del adobe por las finas cenefas del ladrillo mudéjar. Los suelos lucen las antiguas baldosas hidráulicas, también recuperadas, y los tejados aparecen cubiertos de placas solares para suministrar electricidad al edificio.

Pero como la economía se impone, al Ayuntamiento le resulta más rentable vender esa energía a Iberdrola y abastecerse con la de la compañía. La diferencia la explica el alcalde: «El kilovatio nos cuesta 0,12 céntimos y lo que nosotros generamos nos lo pagan a 0,34», unas ganancias de 1.500 euros al año que ayudan a mantener el albergue, con 16 camas disponibles para los peregrinos, y nuevos proyectos. Porque los 86.000 euros de presupuesto que tenía el Ayuntamiento cuando Fernando Martín cogió el bastón de mando hace siete años, han pasado a 460.000. Y no por la subida de impuestos, sino por la solicitud de subvenciones para abordar nuevos objetivos en los que el municipio pone una parte y otra las instituciones.

Sol y biomasa

Lo reinvierten todo. Los 6.000 euros del premio IDAE sirvieron para cambiar el alumbrado público, las bombillas de mercurio fueron sustituidas por otras de vapor de sodio, que alumbran hacia abajo en las 84 farolas del pueblo, y cuya luz puede regularse y disminuir el consumo por la noche. Los 60.000 euros obtenidos del Premio Políticas Demográficas concedido por la Fundación Villalar (Junta de Castilla y León) contribuyeron a rehabilitar el albergue. Y ya estaban pensando en ganar el premio a las buenas prácticas de construcción otorgado por la ONU, fallado el pasado mes en Dubái, en el que quedaron finalistas, pero se lo llevó la Agenda Local 21 de Barcelona, decisión que ha encajado, aunque rezongando, el alcalde de Gotarrendura. Difícil competición.

Poco a poco, los planes salen, pero el pueblo se los curra. Veinticuatro hectáreas del campo cerealista han sembrado huertos solares que generan 4,6 megawatios, y que pronto podrían duplicares si el municipio acogiera -el concurso está en proceso- la instalación de una planta térmica de biomasa.

Todas estas iniciativas energéticas se suman a otra mucho más retadora: mantener abierta la escuela. Gotarrendura presume de ello desde hace cinco años. La tarea no fue fácil. Educación exige un mínimo de 5 alumnos para abrir un centro (cuatro para mantener la enseñanza) y en el pueblo sólo correteaban cuatro. Pero lo consiguieron. A través de un contacto con la iglesia evangelista llegó una familia boliviana con dos pequeños y se instalaron en la casa que previamente habían construido para lograr el propósito. Lo más difícil es mantenerla abierta. Ahora dos niños búlgaros sustituyen a los bolivianos.

La maestra, Cristina Contretras, con bata rosa de rayas blancas, habla de los pros y los contras. «La enseñanza es mucho más directa y de más calidad, no han de coger transporte y están más controlados, pero pierden relación social al no comunicarse con otros niños». Los escolares disfrutan de profesora titular y de profesores de gimnasia, inglés, música y lenguaje que comparten con otros ocho pueblos cercanos. Los seis niños de Gotarrendura son de tres familias, hermanos de dos en dos.

En el aula manda la pizarra y la tiza tradicionales, pero no faltan los ordenadores. Mientras Cristina dibuja a tiza una 'u' y una 'i' y le explica al pequeño cómo se construyen los trazos, Víctor se aplica con su libro de 2º de Primaria. Está contento y asegura que no quiere abandonar esa escuela. Toni, el niño búlgaro de ocho años, domina el castellano y enseña a hablar a su hermano Jorge, de 6. La familia la componen la madre, María Todorova, de 25 años; el abuelo, Todor Belicov, de 40, y sus nietos, a los que cuida mientras María trabaja fuera del pueblo. Todor no sabe una palabra de español y es Toni quien hace de traductor cada vez que van a Ávila a comprar o hacer alguna gestión al banco. Oriundos de Sofía, la capital donde se encuentra el padre de los niños y del que la madre no quiere saber nada, María chapurrea que están muy contentos en el pueblo y que los niños aprenden mucho. Además, tienen casa gratis durante cinco años (llevan dos), luego se les cobraría alquiler. Es la fórmula adoptada por los munícipes para fijar población, obsesión que comparten los goterrendurenses y que están llevando más lejos de lo que imaginaban.

En tiempo de crisis, la construcción avanza en este núcleo de La Moraña y tres chalés, adosados y adobados, empiezan a tomar forma. Son las primeras viviendas sociales para albergar a futuras nuevas familias. Un verdadero reto. El adobe en este caso se aleja una pizca del tradicional y se convierte en bloques de tierra prensada y de secado rápido. El aislamiento térmico en invierno y en verano es idéntico al del adobe de siempre, grisáceo, como la arcilla de esta zona. El Ayuntamiento subrogará la hipoteca al inquilino. Cada vivienda dispone de dos plantas, 90 metros cuadrados, a 765 euros el metro cuadrado. «Mantenemos tradición y arquitectura popular», asevera el alcalde.

Reciclaje y artesanía

Los vecinos están encantados. «Todo lo que sea bueno para el pueblo, que venga», dice Concesa García, vecina de 73 años muy bien llevados que, en consonancia con la filosofía de la localidad, se ha apuntado al reciclaje. Elabora a ganchillo originales bolsos en los que emplea cientos de bolsas de plástico. «Vi cómo lo hacían por televisión y enseguida saqué la manera de hacerlo». También teje camisetas, gorros, culos de botellas de agua que transforma en coloridos portalápices o envases de cristal de yogures. Hasta elabora collares y gargantillas «que veo en los escaparates de Ávila», y que confecciona con maestría, aunque con materiales más baratos, claro.

Jesús Gil, de 77 años, 33 de cartero, abre la fragua de su padre a quien quiera visitarla. Las antiguas herramientas están como hace muchos años, dignas de ver por ser oficio extinguido. En un pequeño recoveco exhibe su gran afición, pequeños aperos y maquetas de casas elaborados en madera y hierro, verdaderas delicias artesanales que no se anima a poner en venta.